Está agotado, le duelen los pies de no sentarse, le pesan los párpados de no cerrarlos el tiempo suficiente, la boca se le abre de forma incontrolada, apenas le quedan fuerzas en sus extremidades para moverse, menos mal que las gallinas a las que ahora está dando de comer le exigen poco esfuerzo, con meter la mano en la bolsa llena de grano y luego tirársela al suelo le vale, aun así no puede evitar soñar con poder hacerlo sentado. Evaristo por fin ha vuelto al trabajo de la granja, hoy cuando se ha levantado de la cama ha podido rehuir de la presencia del uniforme, ha podido prescindir de utilizarlo sin sentirse culpable. Pero eso no significa que su cabeza haya cambiado el chip, de forma inevitable vuelve una y otra vez al día de ayer, es imposible no hacerlo por culpa del trabajo mecánico, monótono, con el que está ocupado.

No puede quitarse la imagen de la cabeza de como ayer trasladaron a los detenidos a la ciudad. Después de registrar la cueva a fondo, y comprobar que Genaro no había sido tan sincero como en un principio podía parecer por culpa de su apariencia de venerable anciano, emprendieron una ardua caminata. La cueva está situada a más de cuatro horas andando de la ciudad, por lo que no es un paseo apto para todos, además está situada en una zona de difícil acceso, se encuentra a media altura de la montaña que la cobija. El reguero de gente saliendo de la cueva fue aliñado por las lágrimas y lamentaciones de aquellos que la abandonaban, niños y niñas, ancianos y ancianas, lloraban por sentir que los estaban echando de donde tanto tiempo había sido su casa. A Evaristo todavía no se le han pasado los remordimientos de conciencia, indudablemente es parte culpable de ese desalojo. Luego muchos durante el camino por culpa de la fatiga tenían que sentarse, lo que provocaba que todo el grupo tuviera que hacerlo, sobre todo aquellos con los que compartía la cuerda que lo llevaba atado a sus muñecas. Por muchos descansos, que hicieron nunca fueron suficientes, igual que nunca era suficiente el agua que les dieron para calmar su sed. No obstante, no todo era por culpa de necesidades físicas, Evaristo tuvo que prometerle en varias ocasiones a una niña que lloraba desconsolada que pronto le llevarían el peluche que se había dejado forzosamente olvidado encima de su cama.

Por culpa de todos estos recuerdos, que de forma inevitable e involuntaria ahora pasarán a formar parte de su memoria Evaristo está traumatizado. Cree que de todo esto surgirán nuevas heridas, resquemores, culpas, que serán utilizadas como armas arrojadizas de unos sobre los otros. Supone, que ni siquiera el trato preferencial provisto a las dos embarazadas y al enfermo de cáncer, llevados en todo momento en camillas por los milicianos será capaz de borrarlos. Evaristo se ha dado cuenta, de que no hay una solución aséptica que solucione la división social, porque hasta que no haya pasado un tiempo prudencial de convivencia pacífica entre los nuevos inquilinos de la ciudad y sus viejos, existirá un sentimiento de desconfianza mutua en ambos, agraviado por todo lo que paso ayer, más todos los muertos y tiros que se han disparado hasta ahora. Evidentemente, no es posible, ni siquiera concebible, dejar a más de 70 renegados sueltos en la ciudad sin ningún tipo de control sobre sus movimientos, da igual que no hayan superado la edad para ser un soldado, o que la hayan dejado atrás hace ya mucho tiempo, porque no tomar las medidas de seguridad adecuadas sobre ellos supondría el poner el resto de la sociedad en peligro, no hace falta tener la edad de un soldado para llevar a cabo ideas enfermizas basadas en odio ideológico. Evaristo llega siempre a la misma conclusión, será posible dotarles de nuevo de libertad, tras un programa de socialización, en el que los obliguen a absorber los valores que hacen posible la convivencia pacífica de la sociedad, hay que ser realistas, y ser realistas con los Renegados significa ser conscientes de que si viven en cuevas, y atentan contra objetivos, es porque odian todo lo que no está dentro de esa cueva. Pero, por mucho que haya un intenso programa de reeducación, por mucho en que se trate de reintegrarlos, ¿será realmente posible? Evaristo sabe que no puede jugar a ser adivino, habrá que obtener la respuesta a través de una efectiva convivencia.

Esa convivencia comenzó ayer, cuando los ancianos y niños fueron puestos a custodia de la milicia en las barracas que tiene en la ciudad, y que muy raramente se han utilizado por ella. Allí tienen comida, y un sitio donde dormir. También es donde tendrán que aguantar los interrogatorios a los que van a ser sometidos, que por cierto empezarían hoy, y seguramente ya hayan empezado. Evaristo tiembla al pensar que pueda haber más gente como el Martillo encargándose de ellos, porque si otra cosa tiene clara, es que para que la pretendida integración social sea posible, no es sólo una cuestión de los Renegados, sino de todo la sociedad en su conjunto, el odio, el fanatismo, se profesa en ambos bandos a partes iguales, y eso es lo que dificulta o imposibilita a la larga la paz. De todas formas, hoy eso no entra dentro de sus competencias, y poco puede hacer para evitar que pase.

Mirando comer las gallinas siente auténtica envidia de su simplicidad. Lo poco que necesitan para ser feliz, que al fin y al cabo, no significa otra cosa que ser libre, y ser libre es poder hacer lo que te de la gana. Ese es el verdadero problema del hombre, para una gallina, o un gallo, hacer lo que le de la gana supone comer, procrear, caminar…para un hombre hacer lo que le de la gana puede suponer un problema de convivencia para el resto. Para un ser humano hacer lo que le de la gana pude suponer esclavizar a la mitad de la población por motivos étnicos, o tirar una bomba nuclear y destruir la mitad del planeta. La complejidad del hombre, es la culpable de su infelicidad. Se siente aliviado al compartir estos momentos de soledad con las gallinas, entre ellas es capaz de al menos relajarse al formar parte durante esos instantes de su simpleza.