Los portavoces de los otros dos grupos que participaron en el asalto inicial a la cueva asienten con la cabeza, y también dividen a sus hombres.

Evaristo se ha quedado asombrado, es su segundo día en la Milicia y ya empieza a asumir responsabilidades. Se siente totalmente contrariado ante la noticia, él sigue aferrado a su idea inicial de que la milicia no es más que un pasatiempos, no quiere ni que absorba su vida, ni que pase a formar parte de su vida, simplemente quiere tener la conciencia tranquila y poder caminar con la cabeza alta entre el resto de la comunidad por haber cumplido con su parte del trato. De todas formas, prefiere no darle mucha importancia, y hace lo que el Martillo le dice. Para ello elige a otros dos milicianos de los que están a su lado, lo ha hecho totalmente por orden de proximidad, sin tener ningún otro criterio en cuenta, no conoce a nadie en la Milicia que no sea al Martillo, apenas si ha intercambiado un par de palabras con cualquiera de los milicianos. Los elegidos enseguida aceptan y se marchan los tres ha hacer lo que les ha dicho el Martillo.

Los dos milicianos que ha elegido se llaman Diego y Anacleto, que aunque Evaristo no sabe nada, también llevan poco tiempo en la Milicia, al igual que él, es más una cuestión de calmar la conciencia que de pasión por la Milicia. Los tres caminan haciendo el camino inverso que el que hasta ahora han llevado. Y al rato llegan de nuevo a las habitaciones.

Es una mecánica sencilla, repetitiva, una habitación tras otra la repiten, Evaristo da primero un par de golpes a la puerta, luego grita “¿hay alguien?”, tras un instante sin que nadie responda Evaristo abre la puerta, y Anacleto y Diego, apuntan al interior de la habitación por si hay alguien. Así una habitación tras otra sin que nadie les responda, sin que nadie abra la puerta o les espere escondido detrás de ella con un arma, sin que encuentren a nadie en ninguna habitación. Pero deben de seguir buscando, y más tras la advertencia que ha hecho Genaro de que había un par de embarazadas postradas en alguna de ellas, tienen que encontrarlas. Y efectivamente, tras unas cuantas puertas, llegan a una que tras la pregunta de Evaristo contesta con un sí, es la voz de una mujer. Evaristo abre la puerta detenidamente, y al otro lado encuentra una mujer postrada en la cama con una barriga enorme, se da cuenta de que por la pinta que tiene debe de estar a punto de dar a luz. Tras registrar la habitación le dicen que luego volverán a por ella. Exactamente lo mismo pasa con la segunda de las embarazadas. Pero además hay otra sorpresa al registrar las habitaciones que ninguno se esperaba, en una de ellas encuentran a un anciano inmóvil, que cuando Evaristo abre la puerta le dice con voz tenue, que tiene cáncer.

Tras registrar las habitaciones y confirmar que no hay ninguna sorpresa vuelven a la plaza, donde el Martillo hace rato que los esta esperando. Ya no están solamente los tres primeros grupos invasores, ahora en la plaza están reunidos la mayoría de los 400 milicianos y milicianas que acudió al asalto de la cueva. Evaristo al llegar parece contagiarse del ambiente festivo que hay en la Milicia, todo el mundo parece estar de buen humor porque la misión ha sido todo un éxito. Incluido el Martillo, al que Evaristo ve hablando con el resto de los portavoces de los grupos de milicianos. Sin esperar, y sin importarle interrumpirlo, Evaristo se acerca al Martillo para contarle lo de las embarazadas y lo del enfermo de cáncer. Pero súbitamente se para, al oírles discutir piensa en que no es tan buena idea cortar la conversación, es mucho mejor quedarse y escucharla para enterarse de que está pasando.

Pero lo que Evaristo no ha hecho, lo hace otro de los milicianos encargados de registrar la cueva.