Los llaman los “Renegados”, por haber decidido vivir al margen de la sociedad que los ha visto crecer. Pero hoy en día el término ha perdido gran parte de su significado, hace tiempo que existen renegados de nacimiento, hijos de aquellos que han logrado sobrevivir escondidos, ocultos, en lo más profundo de los bosques y selvas que se empezaron de nuevo a adueñar de la Tierra tras la Gran Revolución.

La historía de los Renegados se remonta al inicio de la civilización que acabo con el capitalismo, al principio sus filas se nutrieron de todos aquellos que no aceptaron el nuevo contrato social, nostálgicos del antiguo sistema, los todavía más revolucionarios que nunca han creído en ningún modelo de organización social, todos aquellos que de una forma o de otra discreparon con el modelo descentralizado, antipropiedad, desmonetizado, que surgió tras la Gran Revolución. Pero más tarde también a la vida en la clandestinidad se sumaron exconvictos, fugitivos de la justicia, o desertores del trabajo obligatorio. Por eso cuando nos referimos a los Renegados no nos estamos refiriendo a un grupo homogéneo de individuos, se tratan de grupos parasociales de muy diferente ideología y origen. 

La convivencia nunca ha sido pacífica, los encontronazos entre aquellos que han aceptado el nuevo modelo de convivencia y los Renegados ha sido frecuente. Todavía existen organizaciones paramilitares que buscan volver al antiguo sistema económico que justificaba las desigualdades entre las diferentes clases sociales, y bandoleros ajenos a cualquier tipo de organización que sólo buscan robar comida, como un auténtico modelo económico de subsistencia, también existen aquellos que nunca han sido vistos y nunca lo serán, para los que ser un Renegado no es más que un modo poético de existencia llevado a la práctica. No obstante, el mayor problema de la nueva sociedad no son los Renegados en si, el mayor problema son las armas, por lo que se parece en mucho al problema que ya existía antes de la Gran Revolución. Los Renegados han desarrollado su arsenal a base de los robos en los depósitos de armas de las grandes ciudades, porque los Renegados no tienen fábricas de armas, ni medios suficientes para construirlas, son un número insignificante de la población con únicamente la capacidad organizativa de dar ataques esporádicos sobre puntos u objetivos concretos. Lo cual quiere decir que si alguien tiene la culpa de que estén armados es la propia sociedad que tras la Gran Revolución se enfrento a un importante dilema, el acabar con toda las armas y sus fábricas, o en cambio seguir produciéndolas con única y exclusivamente una finalidad defensiva, finalidad que al final se acabó volviendo en su contra, porque si tras la Gran Revolución se hubiera acabado con las armas, no hubiera habido nunca Renegados armados, y ahora la sociedad disfrutaría de una paz casi absoluta porque las piedras y los palos tienen una capacidad destructiva mucho más limitada que una ametralladora y sus balas.

Como ya hemos dejado intuir, eso no quiere decir que todos los Renegados sean malos, ese es sólo un nombre genérico utilizado para referirse a todos los seres humanos que viven al margen del sistema.

Evaristo mientras camina por los caminos del bosque que colinda con su ciudad, tiene continuamente la sensación de que si está ahí es porque se le ha pelado un cable que ha tenido que hacer un mal contacto y haber provocado en su cerebro la ahora aparentemente extravagante idea de que lo mejor para defenderse es un buen ataque, pero no sólo eso, un buen ataque armado. Pacifista convencido el contacto de las yemas desnudas de sus dedos con el frío metal de la ametralladora que lleva en la mano, le provoca una extraña sensación en el estomago, difícil de identificar con cualquier otra sensación que hasta ahora haya tenido, pero que si tuviera que explicarla de algún modo la palabra más exacta para describir como ahora se siente sería nausea. Es probable que esa sensación no sólo sea por sus profundas convicciones morales, sino además por la alta probabilidad de enfrentamiento armado que existe caminando por donde ahora camina. Lo hace en fila de a uno, en un grupo de 17 hombre y mujeres, en que como él, en algún momento de su vida se han dado cuenta de la necesidad de la violencia para una convivencia pacífica, a Evaristo le llegó la idea degollando ovejas, puede que al resto le surgiera en un momento parecido en que la violencia se haya hecho evidente delante de sus ojos. Tienen la misión de comprobar de que al menos las zonas más próximas del bosque a la ciudad se encuentran limpias de Renegados, para ello se dedican a pedirle la documentación a todos aquellos con los que se cruzan por el camino, para cotejarla con la base de datos de Renegados que la humanidad tiene. En esto es en lo que Evaristo ha decidido gastar los dos días a la semana que tiene por culpa de la universidad y el trabajo obligatorio, al menos, aparte de para mantener su conciencia tranquila, espera que le sirva de entrenamiento para las pruebas de astronauta, una forma más de acostumbrar el cuerpo al sufrimiento, de ganar resistencia, de no coger peso, de añadir peso al curriculum que evaluaran los que selección a los primeros colonizadores, de hacer amigos, de nunca tener tiempo para sentirse aburrido.

Caminan sin hablar, haciendo lo posible por no autodelatarse, aunque después de la larga conversación que han tenido con los únicos que por ahora se han cruzado, es difícil, fue una pareja de ancianos que mostraron encantados su documentación, y que resultaron ser dos domingueros que habían salido a pasear un rato, no dejaban a la patrulla irse por culpa de todo lo que hablaban. En ese silencio Evaristo aparte de cos sus pensamientos, se distrae oyendo el canto de los pájaros, hasta que lo que de repente escucha es una ráfaga de balas que ha alcanzando al primero que encabezaba el grupo.