Un escozor se apodera de su nariz ya machacada por el uso y abuso de la cocaína, una pequeña lágrima se forma en el ojo del lado del tabique nasal por donde pasó la raya, se la seca con la manga, respira fuerte hacía dentro para asegurarse de que no se que quedado nada por el camino y se mira al espejo para limpiarse esos pequeños restos de polvo blanco pegados a su nariz que pueden incriminarlo. Todavía se ve joven, y ahora encima es rico, parece que después de todo la vida empieza a sonreírle. Todo el enfado y ansiedad que tenía antes de llegar al bar se han evaporado por completo.

Sale del baño tras poco pasar a él, todo el mundo sabe a que ha ido, muchos de los que lo saben también lo hacen. La cocaína está más extendida de lo que pueda pensarse, si bien el drogadicto es un ser solitario y marginal, esa figura se ha difuminado por individuos aparentemente plenamente socializados e incluidos en el sistema, no son más que solitarios rodeados de gente que tienen como amiga únicamente a la cocaína. De esos en el Bar Stacy hay unos pocos. Cuando de nuevo llega al taburete donde antes estaba sentado hay un cubata que lleva su nombre, es el que le ha dejado preparado María. El primer trago, es refrescante le sirve para aliviar la sensación de pastosidad en su boca, le ayuda a paliar la amargura de la cocaína que resbala por su garganta, el segundo trago todavía es más grande, más prolongado visto el efecto terapéutico del primero. Al lado suya se ha sentado una pareja que ya conoce, son otros dos lobos solitarios que como él entre semana también bajan al Bar Stacy muy de vez en cuando a tomar algo, ellos también son consumidores habituales de cocaína. A Ataulfo la cocaína le da ganas de hablar, ahora ya no es capaz de mirar fijamente al vaso como hasta hace rato y ser absorbido completamente por sus pensamientos. Ataulfo, coge su copa, se levanta de su taburete y empieza hablar con ellos. No parece importarles su compañía, en el barrio todo el mundo se conoce, los clientes del Bar Stacy son todos amigos y entre semana suele estar medio vacío, no es más que el refugio de todos aquellos inadaptados sociales. Tras una bromas y saludos cordiales está perfectamente integrado con ellos, forman un trio de lo más bien convenido, no paran de reír, y de hablar de futbol. Ataulfo ha sido de toda la vida del Real Madrid, y sus otros dos compañeros son del Atlético, hasta este punto toda la rivalidad que comparten es sana, el futbol les da algo de lo que hablar, una pasión que compartir, al menos los tres tienen algo en común. Durante la conversación Ataulfo se da cuenta de que ellos también están consumiendo cocaína, no le dicen nada, pero a mitad de la bebida uno de ellos fue al baño, y cuando llegó no tardó el otro en levantarse y hacer lo mismo. Mejor piensa Ataulfo, más par mi solo, sabía que no eran tan amigos como pudiera parecer. La segunda copa Ataulfo se la pasa discutiendo con sus compañeros de barra la suerte de los respectivos entrenadores de sus equipos, siempre odiados y queridos a partes iguales, siempre en el punto de mira de la opinión pública, y en cuanto se acaba hace lo mismo que hizo cuando se acabo la primera, pero esta vez sale acompañado de sus compañeros de barra. Los tres como no fuman, pero esta vez uno de ellos se ofrece a hacerse un porro. 

De nuevo en el bar Ataulfo está cada vez más mareado, el alcohol y la mariguana lo han dejado medio aturdido y para recuperarse necesita otra. Tras dejar a sus amigos de parranda en la barra y encargarles que le pidan otra, va al baño. Esta vez debido que cada vez se sabe más borracho, decide ponerse una dosis el doble de grande, cuando la esnifa apenas le queda espacio en los pulmones que le dejen coger aire. 

Lo primero que hace tras salir del baño es proponer una partida de dardos a sus compañeros que aceptan el desafío. Los dardos se han convertido en una forma de matar el tiempo, y de demostrar tus superiores cualidades con respecto al resto. Pocos se resisten a una partida de cricket. Ataulfo utiliza la partida no sólo como una forma de demostrar su buena puntería, sino también como una manera de evaluar su estado, de puntuar como de colocado está. El veinte se le resiste, de los tres dardos que le ha lanzado no ha sido capaz de darle ni una sola vez, al menos uno de ellos ha caído en el 18. Esto le hace darse cuenta de una cosa, no ha bebido tanto, no ha fumado tanto, y la cocaína o no está haciendo efecto, o está teniendo un efecto todo lo contrario de lo que se esperaba. Le pesan los ojos, se le están cayendo los párpados, los brazos le pesan, está terriblemente cansado, tanto que a mitad de partida y antes de que se acabe la tercera copa va a por otro tiro de cocaína. A la vuelta tampoco parece que su puntería haya mejorado, y mentalmente achaca todo su estado a la mala calidad de lo que esta consumiendo, puede que llevase semanas en su bolsillo y al cansancio acumulado. 

De todas formas, al menos no acaba el último de la partida, hay uno de los tres que va claramente borracho y no es él. 

Con la cuarta copa, llega la quinta raya. Ya lo dice Andrés Calamaro, “¿Qué tiene una raya de coca? que es poca.” Al llegar al baño se da cuenta de su nefasto estado, el porro de después la partida se lleva todas las culpas. Vuelve a abrir la bolsa, vuelve a sacar una dosis todavía más grande, vuelve a exigir de sus pulmones su máxima capacidad, se marea, se tambalea, se cae desplomado al suelo golpeándose la cabeza con la taza del váter, un charco de sangre se forma a su alrededor cada vez más grande. Afuera, en la barra, sus compinches siguen la juerga un largo rato sin percatarse de su ausencia, es María la que pasado un largo rato, ella también sabe a lo que ha ido al baño, se queja y le dice a uno de ellos que vaya a verlo al baño, palabras textuales de María “o se lo ha llevado un perro en la boca o se ha caído por la taza del váter”. Pero ninguna de las dos cosas pasa, él que va a baño para ver que pasa, se encuentra la puerta cerrada y un charco de sangre que sale por debajo de la puerta. Llama a ella y llama a Ataulfo por su nombre y no le responde nadie, sale corriendo a afuera del bar a avisar a María, y entre los tres deciden tirar la puerta abajo. Cuando de un hombrazo lo abren se encuentran a Ataulfo tirado pegado a la taza del váter, sin apenas dejarles espacio para terminar de abrir la puerta.