Como le duele la cabeza. Tiene una resaca atroz. Se pasaron la comida y la tarde bebiendo. No les hizo falta nadie, ellos dos se sobraban y bastaban para alegrarse mutuamente. Tras la laica, rápida y simple ceremonia fueron a comer a donde habían hecho la reserva la semana anterior, un restaurante del centro de Madrid famoso por sus mariscos, aunque a lo que más caso le hicieron fue a su vino blanco. Entre plato y plato, cada uno se bebió una botella de vino. El postre, también fue aliñado por varios chupitos, era imposible rechazar la invitación de la casa, después del dineral que iban a pagar por lo que habían comido. A partir de entonces los recuerdos de Segismundo empiezan a difuminarse, como un cuadro de arte moderno hecho a base de brocha gorda y cubazos que dice ser un bodegón. Recuerda, que ambos tenían ganas de marcha, y se fueron a continuar con la fiesta al Bar Stacy, donde tanto tiempo pasaba Ataulfo, y que Segismundo sólo conocía de oídas. La excusa perfecta, ponían copas baratas, no eran garrafón y había una mesa de billar donde podían ahogar las horas de la tarde escuchando buena música, nunca falta Extremoduro, Marea, o los Planetas. La gente cuando los vio pasar los miró con cara rara, en poco mas de dos meses de relación no se habían dado a conocer mucho socialmente, salvo la excepcionalidad de ir a correr y cenar juntos los sábados. Pero nunca, nunca, los podía a ver visto antes borracho juntos, y nunca, nunca, habían ido antes al Bar Stacy. Segismundo e Isabel, bailaron, bebieron más chupitos, más copas, y jugaron al billar hasta que a uno de los dos, ninguno recuerda quien fue, se le ocurrió que se les había olvidado el detalle más importante, no habían reservado un viaje de luna de miel. Dejaron la partida de billar sin acabar, pagaron lo que hasta entonces habían bebido y se fueron directos a una agencia de viajes, la primera que vieron. Iban ya tan borrachos que la chica de la agencia creía que la estaban vacilando hasta que Isabel se ofreció a pagar el vieja al contado en el momento, enseñando de manera ostensible los fondos de su cartera. Entre todas las elecciones la que más le atrajo era ir a una estación de esquí a los alpes franceses, se vieron limitados por el pasaporte y las ansias de dejar Madrid unos días. Aunque ninguno sabe esquiar, podían pasar la semana intentado aprender y las fotos de la habitación con chimenea y vistas a un paisaje idílico de montaña nevada prometían largas tardes y noches de sexo ininterrumpidas. Salieron de la agencia de viajes con dos billetes para hoy a la tarde. Luego, fueron de cena, esta vez de forma más modesta, eligieron para bajar el alcohol la típica hamburgerseria americana de comida rápida que hay cerca del albergue, y cada uno devoró un menú. Ya cansados, recuperando la estabilidad del ánimo, y viendo que mañana por la tarde tenían que estar en el aeropuerto se fueron a la cama, está vez se durmieron rápido.
Ahora la pareja está montada en el avión, el día de hoy a sido de la más raro. Lo primero que hicieron cada uno fue tomarse una aspirina, pero no ayudó mucho a mejorar su estado y poco después se empezaron a reír por culpa de los dos billetes de avión que había encima de la mesita de noche. Se despertaron a medio día, a la hora de la comida, con el tiempo justo de hacer la maleta y salir corriendo al aeropuerto.
Parece que ya han dado el aviso al piloto de que tiene la pista disponible para despegar y el avión se mueve despacio, hasta que por fin se coloca en posición. Incrementa de forma progresiva la potencia de los motores, hasta que alcanza velocidad de vuelo y despega. Es la primera vez que Segismundo e Isabel vuelan, y lo primero que les sorprende es la sensación de ingravidez en el estomago al despegar, para luego quedarse embobados mirando por la ventanilla como cada vez las cosas se hacen más y más pequeñitas. Están muertos, cansados, e Isabel pronto se coloca en su sitio en postura de irse a dormir, no son muchas horas de vuelo, en apenas 3 horas tienen previsto llegar a su destino, pero después de la paliza de ayer, y la dureza de una resaca que siempre invita poco a hacer nada que no sea lamentarse, cierra los ojos. Segismundo no puede dormir. No es simplemente por el dolor de cabeza, ni por la crudeza del resto de formas en que se manifiesta su resaca. Es que esta pensando en deshacerse de Isabel y volver a España solo. Creía que eso de matar se había acabado, creía que no era un asesino, pero pocos oportunidades se le van a presentar mejores para matarla. Piensa en esos altos y pedregosos desfiladeros de los Alpes, en la fácil que será darle un pequeño empujón cuando estén admirando juntos la belleza del paisaje. No se le puede quitar de la cabeza. Está decidido a que si llega la oportunidad, va a aprovecharla.
Inconscientemente y por mucho que piensa en como y cuando podrá acabar con la vida de Isabel, al final cae rendido al efecto analgésico de su segundo ibuprofeno del día y se queda dormido. En esos momentos en que pierdes la noción del tiempo y del lugar, sueña con las montañas alpinas, con la nieve, y al rato, sin acordarse del resto de lo que ha soñado se levanta de por culpa de la tremenda pesadilla en la que había caído, el avión se estrellaba contra las montañas de los Alpes franceses a donde iban y se había visto comiéndose el cadáver muerto de Isabel, solo, perdido en la montaña, como último y único recurso a su supervivencia. Al despertarse, después de pasársele el susto, mira por la ventana, y justamente están sobrevolando las altas montañas francesas, no ve nada parecido a la civilización, solo kilómetros y kilómetros de nieve. Luego mira a su izquierda a Isabel y sigue plácidamente dormida agarrada a su brazo, no puede evitar que le salga una sonrisa de malicia. Desplaza su vista y si es correcto lo que dice su reloj, les queda poco para aterrizar.