Tras la muerte de Susana los días adquieren un tinte de monotonía peligroso. La situación parece haberse estancado, Segismundo y Ataulfo interpretan con claridad que la policía les está pisando los talones, pero con la misma claridad se dan cuenta de que no tienen nada contra ellos, o al menos nada sólido, sino probablemente ya estarían entre rejas. Romero y sus hombres hacen todo lo posible por hacerse notar, sirenas a todas horas y en todo momento, coches de policía, helicópteros, Segismundo y Ataulfo se han convertido en los más deseados, son la prueba viva directa que demuestra la corrupción dentro de la administración, son la prueba directa de que Romero no puede quitarse el dichoso cuaderno de la cabeza.
Tal como Manolo y Romero habían quedado, tras un tiempo de asedio ininterrumpido volvieron a comprobar el estado de la resistencia ofrecida por Segismundo y Ataulfo. Pero igual que la primera vez no sacaron nada, Manolo pasó un par de veces de nuevo por el albergue para hacerles unas preguntas de manera informal sin que obtuviera esa respuesta afirmativa que esperaba, era evidente que no iban a dejarse coger tal fácilmente. La cuestión ahora tras un mes de la muerte de Susana era el siguiente paso a tomar para ambas partes. La relación de Segismundo e Isabel iba viento en popa, por lo que ante la soledad de Isabel era probable que tarde o temprano su relación de pareja se consolidase aun ante la juventud de la pareja, ese era el plazo que se había marcado Romero para asesinar a Segismundo. Romero estaba barajando varias posibilidades, y la que más le atraía era un atraco con arma blanca, Isabel y Segismundo habían cogido la costumbre de salir a cenar juntos los sábados, era el momento perfecto porque a la hora en que volvían de cenar, habitualmente había muy poca gente por la calle. Romero simplemente debía de tirar de los contactos que tenía en la calle para encontrar a alguien que a cambio de un precio razonable y la certeza de la impunidad del crimen garantizada por la policía se atreviese a realizarlo. No fue difícil, hay mucho sediento de sangre, y hay muchos más sedientos de pasar a formar parte de la organización criminal, puerta giratoria, de Romero, esa era la oportunidad que muchos delincuentes estaban esperando para llevar una vida tranquila basada en el crimen. El elegido finalmente fue un español que caía bien a Romero por compartir su ideología de extrema derecha, un prototipo de nazi acusado en más de una ocasión por acosar y dar palizas a negros y homosexuales, pero siempre absuelto, tenía el perfil perfecto para cometer el crimen y por eso lo contrató Romero.
Y tras poco tiempo después de encontrar al candidato, el día señalado ha llegado. Isabel y Segismundo suelen cenar en un restaurante de Sushi japonés, a ambos les parece una comida de lo más saludable, si los japoneses viven tantos años, lo que comen tiene que ser un factor importante. Durante la cena beben vino español, es la parte que a los japoneses les falta para alcanzar la casi inmortalidad o eso es al menos lo que Segismundo ha tratado de explicarle a Isabel durante toda la cena, no han hablado de nada mucho más interesante, están hartos de verse, se pasan las noches juntos, desde que Susana muriese no ha habido día que Segismundo no haya dormido con Isabel. Como siempre al finalizar ha pagado Isabel, sabe que Segismundo está pelado, pero eso ahora no es un problema para ella, que dispone para ella sola de toda la herencia. Tras salir de cenar pasean por la calle cogidos de la mano como cualquier otra pareja, Madrid los fines de semana está llena de una fauna de lo más vario pinta, pero el tumulto de gente poco a poco se disipa conforme se aproximan al albergue, al final acaban caminando en solitario, solo se escuchan sus pasos, son cerca de las doce y por esa calle a esa hora no suele caminar nadie o casi nadie, no hay bares abiertos que atraigan la presencia de gente, y los vecinos que la habitan en la mayoría de los casos hace tiempo que se fueron a la cama. Todo está dentro de la normalidad, después de esas nuevas preguntas de Manolo, en las que al final Isabel acabo recriminándole su insistencia la vida de la pareja parece que ha alcanzado la tranquilidad y estabilidad esperada. Están a punto de llegar a la puerta cuando el nazi contratado por Romero sale de su coche y los asalta por la espalda.
- Nazi: ¡Alto! Darme todo lo que lleváis y aviso que no quiero valientes.
Segismundo e Isabel se quedan de piedra, miran para atrás asustados y ven a un individuo de casi dos metros que empuña una navaja que parece una espada apuntándolos en tono amenazante. Romero le ha instruido claramente que ha la chica ni tocarla, que al que debe asesinar es a Segismundo, pero eso no significa que no pueda utilizar a Isabel para provocarle. Segismundo sin mediar palabra saca su cartera y de una pieza se la entrega, en ella no hay apenas dinero, juntando toda la calderilla puede que llegue a cinco euros, e Isabel hace exactamente lo mismo, aunque en su caso si que lleva la cartera llena, habrá más de 200 euros, ahora Isabel lleva una vida sin dificultades. El Nazi, toma ambas carteras, pero les ordena que sus relojes también, a lo que Segismundo responde enseñando su casio negro e Isabel diciendo que no, que el reloj que lleva es un regalo de su difunta madre. El Nazi tenía pensado directamente tocarle el culo para provocar a Segismundo y así apuñalarlo, pero en ese momento la media neurona que le queda le indica que ese es todavía mejor momento y agarra de la muñeca a Isabel con fuerza para arrancarle el reloj, mientras le dirige una mirada desafiante a Segismundo.
Segismundo sabiendo que algo tiene que hacer, le grita que por favor no le haga daño, a lo que el Nazi responde lanzándole una puñalada directa al corazón, que Segismundo de forma casi gatuna esquiva por milímetros, rápidamente le vuelva a lanzar otra esta vez directa al estomago que también esquiva, cuando Isabel viendo lo que esta ocurriendo y que el Nazi a perdido toda noción de donde está ella, antes de que lance una tercera fatal puñalada se quita su zapato de aguja y sin dudarlo un momento se lanza a la espalda del Nazi y con todas sus fuerzas se lo clava en la parte de abajo de la nuca. El nazi cae redondo al suelo, tiembla dando convulsiones mientras le sale sangre por la boca. La pareja sale corriendo, están a pocos pasos del albergue, suben las escaleras tan rápido como pueden, abren la puerta de la casa de Isabel, se dan un beso casi interminable y cuando lo acaban Isabel saca corriendo la tarjeta que le entrego Manolo para informarle de lo ocurrido.