Todavía recuerda esa sensación de mareo que invadió todo su cuerpo. A Segismundo se le paralizo todo el cuerpo con excepción de los ojos que cerro como el que se zambulle en el agua tras saltar de un trampolín. Cuando recuperó la consciencia no sabía que hacer con sus manos, con su legua, con sus labios, son sentimientos eran incapaces de gobernar su cuerpo, era como de repente se hubiera quedado sin alma y se hubiera convertido en una masa inerte. No duro mucho, pero si lo suficiente como para darse cuenta de lo que quería a Julia. 

A Isabel en cambio le proporcionó una sensación de triunfo, la llegada a buen puerto de un plan ejecutado con maestría, un plan del que había calculado cada segundo, cada momento, ella si que mantuvo los ojos abiertos, como aquel que admira su obra finalmente acabada, como el autor que alimenta su ego observando la grandiosidad de su genio en una pieza de arte. Le cogió la mano mientras lo besaba, movió sus labios y lengua con pericia guiando los aturdidos de Segismundo, y calculo a la perfección el tiempo, intensidad y firmeza del beso que sellaba su relación amorosa.

La vida para ambos cambio de forma radical a partir de eso beso, Segismundo se sumergió de verdad en una masa de agua de la que aun haciendo esfuerzos enormes no era capaz de salir, se ahogaba lentamente, en cada bocanada de aire que cogía tragaba sólo agua, cada segundo de vida que vivía estaba más lejos del Segismundo bueno y más cerca del Segismundo malo, era como si la parte buena de su ser hubiera dejado las armas en el suelo y se estuviera dejando aniquilar por la parte mala, que ahora aprovechaba para maniatarla en un esfuerzo de inmovilizar para siempre a su enemigo. La vida para Segismundo desde entonces perdió gran parte de su sentido, ya no se levantaba con la misma alegría para ir a clase, ya no estudiaba con las mismas ganas, ya no miraba al sitio de Julia por si la veía. Julia estuvo un tiempo sin ir por clase, prefirió atrincherarse en la biblioteca de su barrio donde se sentía tranquila, allí sólo estaba su libro y ella, Rocío era la que primero le suministraba los apuntes y al cambio de unos días, cuando Julia no pudo resistir más la falta de información la situación de Segismundo. Julia hacía todo lo posible por no pensar en Segismundo, pero cada diez lineas de apuntes allí aparecía él para desconcentrarla, y se quedaba pensando en él durante un breve periodo de tiempo, hasta que se daba cuenta de la peligrosidad que implicaba seguir haciéndolo. Se estaba enamorando. Las noticias que le llegaban era que lo de Segismundo con la chica del albergue funcionaba, que cada vez pasaban más tiempo juntos y que incluso ella había ido un par de veces a recogerlo a la universidad. Después de esos sucesos, ella ya se volvió a sentir lo suficientemente segura para volver a clase y volver a sentarse en su sitio.

En el tiempo que Segismundo y Julia no se vieron, no sólo avanzó la relación entre Segismundo e Isabel, sino que cuando volvieron a verse era como si nunca se hubieran conocido. Ya no se saludaban en el pasillo, la magia creada por ese trabajo en común parecía haberse completamente extinguido. Pero esa sensación de olvido mutuo que parecía revestir cada uno y cada uno de sus actos, era una apariencia fingida que se desvanecía cada vez que alguno de los dos cogía el móvil y miraba el estado de WhatsApp del otro, Segismundo seguía mirando su foto, su última hora de conexión, Julia seguía releyendo su última conversación, ambos tratando de exprimir esa información como una forma de averiguar los sentimientos del otro. Ambos llevaban muy mal lo de fingir, a Segismundo le costaba esfuerzos enormes no mirar donde Julia estaba y Julia no podía no evitar que le molestase que Segismundo hubiera dejado de mirarla. La separación forzada a la que el destino los estaba sometiendo estaba creando justo el efecto contrario que sus protagonistas perseguían, cuanto menos se miraban, cuanto menos se hablaban, cuanto más lejos estaban, más tenían ganas de hacerlo, más ganas tenían de infringir la norma de comportamiento que ambos se habían autoimpuesto. 

A la vez que la relación de Segismundo e Isabel se afianzaba, los nervios de Ataulfo afloraban cada vez con más intensidad, y la presión que ejercía sobre Segismundo era mayor. Sus reuniones si bien eran cada vez más intermitentes si que cada vez eran más intensas, hasta altas horas de la madrugada discutiendo la ejecución de un plan que Ataulfo veía como la única forma de cambiar su vida de monotonía y sumisión. La cuestión que ahora empezaba a tomar más relevancia en sus largas charlas, era hasta que punto debían esperar, ¿debían dejar que la pareja cuajase hasta el día de la boda?, ¿o podían ejecutar su plan maestro ante la menor oportunidad que las circunstancias del momento les ofreciesen? y parece que está última opción era la que estaba ganando más firmeza. Isabel no se despegaba de Segismundo, eso daba seguridad a ambos de que no podía haber un factor de precipitación que afectase de forma negativa a la ejecución de su plan. Las campanas de boda sonarían tarde o temprano, daba igual si Susana llegaba a oírlas o no, una vez el dinero estuviese en manos de Isabel, también estaría más cerca de las manos de Segismundo y en consecuencia de Ataulfo.

Tras un largo mes, ambos, Ataulfo y Segismundo, han quedado en verse en la habitación de este último. Llama a la puerta Ataulfo mientras se muerde las uñas como símbolo de su nerviosismo, tiene los pulgares en carne viva, y apenas le queda uña que morder en unos dedos cada vez más deformados por culpa de la falta de una uña que sustente la forma de su yema de los dedos. Segismundo acaba de ducharse tras una larga carrera con Isabel y tras aún un más largo beso con ella, sin bien en este último caso es más una percepción temporal distorsionada que una realidad. Las carreras nocturnas han puesto en forma a Segismundo, y aunque cada vez queda menos de su yo bueno, han ayudado a mantenerlo en buen estado a pesar de su presidio por su yo malo, el recuerdo de Julia lo alimenta cuando por las noches se cuela en la prisión donde se encuentra recluido y le da cachos de pan, en forma de vaqueros ajustados cuando sabe que van a encontrarse con sus ojos. Al oír la puerta sale corriendo de la ducha, de planta el pijama en un periquete, abre la puerta y allí esta Atualfo con cara de impaciencia y enfado.

Ataulfo con signos de nerviosismo, mientras entra como un toro que acaba de salir del corral a la plaza a la habitación y sin esperar a ningún tipo de invitación toma la silla donde sienta.

Segismundo, con un relámpago en la cara consecuencia de los vaqueros de Julia.

Ataulfo empieza a hacerse un canuto mientras habla.

A la conversación como de costumbre también está presente Luís, que aunque no participa de forma directa sí que de forma indirecta está escuchando todo lo que dicen, y toma nota en su cuaderno de cada una de las palabras que se intercambian desde hace más de un mes entre Segismundo y Atualfo.