Lo tiene todo planeado, lleva todo el día dandole vueltas a la cabeza sobre como va a ser. Se sabe como son cada uno de los instantes que comparte con Segismundo. Llega de clase entorno a las 8 de la tarde, se pasa como siempre a saludarla y si ambos tienen fuerzas para las 8:30 ya están corriendo, salen del albergue siempre en dirección al parque que hay no más a cinco minutos de la puerta andando, por lo que ellos llegan en apenas un abrir y cerrar lo ojos, y luego le das tres vueltas o que equivale a media hora corriendo o por su aplicación del móvil a cinco kilómetros. Segismundo en la segunda vuelta ya va con la lengua fuera, por lo que allí no va a ser, cuando acaban paran a estirar es las espalderas que hay dentro del propio parque, y después suben de nuevo al albergue charlando, despacio, todavía recuperando la respiración después del esfuerzo, y al llegar al albergue se despiden cada uno por su lado de las escaleras que los dirigen a ella su casa y a él a su habitación. Es ahí donde va a ser, es en la despedida de las escaleras donde apenas se cruzan nunca con nadie donde va a lanzar su ataque maestro, de forma sorpresiva va a darle un beso tras primero cogerle la mano, como una forma de asegurar su llegada a buen puerto. Isabel está convencida de que hoy, tras una semana de salidas y entradas a correr juntos, es el momento idóneo para dar un paso trascendental en su relación con Segismundo. Si acepta, perfecto, y sino acepta no tiene porque seguir aguantando ese tonteo insípido que no la lleva a nada.

Segismundo está cada vez más nervioso, no entiende porque no es capaz de encontrar la pareja de ninguno de sus calcetines, porque en la biblioteca siempre se sienta alguien a su lado que no le deja estudiar, ya sea por el ruido de su ratón o porque no se calla, tampoco alcanza a comprender donde se metió su libro de derecho penal, y porque hay tanto ruido de sirenas en Madrid, que parece que cualquier día se lo van a llevar por delante en un paso de cebras, pero lo peor de todo no es eso, no entiende porque Julia últimamente lo evita, hace lo posible por no saludarlo, y parece que hasta dejado de ir a las asignaturas que tenían en común. Hoy al llegar a clase, solo había vacío, no había nada que despertase su atención ni su intereses, a donde mirase no veía nada, a donde escuchaba sólo había ruido inteligible, por la que la buscaba le ha sido imposible encontrarla, ella no había ido, no se había dado cuenta de lo aburrida que es la clase de administrativo hasta hoy. A Isabel tampoco se la quita de la cabeza, sabe que tarde o temprano alguno de los dos va a tener que tomar una decisión en cuanto a su relación, y sabe que ese día cada vez se aproxima más como el día del juicio final, a partir de entonces todo los sueños que hasta ahora era dulces maquinaciones de su cerebro que le ayudaban a soportar una dura realidad, desaparecerán, se esfumarán dejándolo sólo, ya no tendrá nada en que pensar capaz de consolarlo, se habrán esfumado como el humo de un cigarro que desaparece movido por el viento, solo quedará el aroma de que una vez estuvieron allí. Tiene terror a olvidarse de Julia, tiene miedo a desconectar definitivamente de su lado bueno de entender el mundo. Sabe que hoy le toca salir a correr con Isabel, en clase cada vez que movía las piernas la sensación de angustia, de ausencia de Julia, desaparecía por el dolor de agujetas acompañado del recuerdo de Isabel, como si la sensación lo llevase de forma inevitable a su recuerdo. No tiene nada planeado tampoco para hoy, no va a pedirle el su número de teléfono como parece que cada vez más le exige Ataulfo, ni piensa hacer absolutamente nada que lo aparte de su yo bueno, a veces se arrepiente de haberle dicho que sí a Ataulfo, y piensa en un millón de catástrofes que lo pueden liberar de la obligación con él adquirida, como un terremoto, o un huracán, o una inundación, o un infarto cerebral a Atualfo, cualquiera de ellas serviría igualmente para deshacerse de él. Apenas a tenido tiempo hoy en pensar, el día se le ha echado encima y entre clases, el “¿dónde está Julia?” y luego estudiar, se ha acabado el día. Ya tiene delante de los ojos la puerta del albergue y el choque con la realidad que esa visión le proporciona le hace estremecerse. Ahora empieza la parte del día en que no se mueve únicamente por su voluntad, sino que está última se encuentra viciada por un millón de otros motivos, causas, fines, todos ellos ajenos a su libertad. Abre la puerta, mira a su izquierda y allí está ella, se acerca a ella luchando contra una ventisca de viento invisible que le impiden acercase a ella, exhausto por la lucha cuando llega al mostrador apenas le queda aire para hablar, sólo le llegan las fuerzas para mirarla, hasta que Isabel con una sonrisa interminable, como aquellos que tienen dominio sobre su destino tienen, lo mira y empieza a hablar con él.

Segismundo no puede contarle lo de la ventisca que sólo es percibible a sus sentidos, y rápidamente piensa una excusa que lo libere de esa incriminación.

No están juntos y ya la está mintiendo, ni hay trabajos, ni hay fotocopias, lo que le pasa es que le pesan los pies por no haber visto hoy en todo el día a Julia, y por lo inevitable de su destino en todo lo que se refiere a ella, como si cada segundo que tardase fuese un segundo más que le ganaba a la inevitabilidad del desenlace trágico al que estaba condenado.

Isabel elige para hoy el top que más remarca sus dos nuevas adquisiciones, es ajustado, debe de impedir un movimiento excesivo, apenas hay diferencia con verla desnuda si añadimos las mayas que lleva puestas. Segismundo cuando la ve bajar por las escaleras, no puede quitarle los ojos de encima, es el primer momento del día en que no piensa “¿dónde se ha metido hoy Julia?”, de hecho por unos segundos ni se acuerda de que existe, para luego volver su recuerdo como un sentimiento terrible de culpabilidad que no le deja disfrutar con libertad del espectáculo que tiene ante sus ojos.

Apenas sin medias más palabras, ambos salen por la puerta del albergue, y a los pocos pasos ya están corriendo, dado el calamitoso estado de forma de Segismundo apenas le queda aire para soportar el ritmo de Isabel y por eso no habla, se conforma con seguir su pasos, si bien es cierto que cada vez le cuesta menos, y es un habito, el del deporte que parece empezar a redescubrir, sino fuera por las agujetas y el sufrimiento que acompaña cada zancada hasta lo disfrutaría. Isabel parece que corre hoy más rápido de lo normal, lo lleva a un ritmo verdaderamente exigente, parece que tiene prisa en acabar con la carrera, Segismundo cuando está por fin estirando sus maltrechas articulaciones se da cuenta de que le han ganado 5 minutos al tiempo, es la vez que más rápido han ido, ya cuando por fin cogen ambos aire tras el esfuerzo se dirigen de nuevo, esta vez caminando hasta el albergue. Isabel toma de nuevo la iniciativa de una conversación insulsa, que solo está destinada a matar el tiempo. Y por fin, tras no mucho caminar llega el momento, justo cuando sólo queda despedirse, Isabel le coge la mano, Segismundo sabe que no debe de quitarla, lo mira a los ojos, y le lanza un beso que Segismundo se siente con la obligación de no esquivar.