Sus palabras salen con timidez, con cierto disimulo, ha dicho lo primero que se le ha venido a la cabeza, su cerebro está en blanco, está completamente bloqueado. En él se mezclan un cúmulo de sensaciones, pero todas se pueden resumir en, “no se que es lo que estoy haciendo aquí”. Isabel tampoco se lo está poniendo nada sencillo, no le quita la mirada de los ojos, y tiene un gesto serio, preocupado, que parece transmitir la misma pregunta “¿a qué vienes ahora tras 21 años?”. Es un sentimiento alimentado en ambas partes por la sobra alargada que invade ahora todo el entorno de la herencia de Hortensia, Isabel irremediablemente achaca como primer motivo de su visita al dinero, y el Indio no puede evitar pensar que seguro que creen que ha ido sólo por el dinero.

Y con la misma timidez que ha entrado se marcha de nuevo por la puerta. Ha pasado lo que imaginaba que iba a pasar, se iba a encontrar con un entorno hostil, atrincherado. Tampoco ayuda la herencia, puede que si Susana e Isabel llevasen la misma vida que llevaban hace casi 20 años, su llegada no estuviese recubierta de tanta apariencia de intereses, la opción de un retorno únicamente motivado por el cariño derrotaría sin complicaciones a la opción del retorno movido por el dinero. Isabel, que antes estaba estudiando francés, se pasa el resto de la mañana dandole vueltas a la cabeza “ufffff…¡vaya momento tiene de venir!, justo cuando parece que nuestra vida se calmaba, aparece para otra vez agitar nuestras vidas. Verás mamá cuando se lo diga, no se lo va a creer, le va a dar un infarto, voy a tener que medir las palabras. ¿De verdad no querrá o vendrá solo por el dinero? mala cara no tiene, no parece malo, pero…el pasado que arrastra…¿lo seguirá queriendo mamá? hablar de él esta vetado en casa, ella es la única que pueda sacar ese tema de conversación si no quieres enfadarla, y hace años que no lo saca. Se nota a una legua que es mi padre, veras cuando lo vean por el barrio, ¡qué vergüenza por favor!” Y el Indio, por su parte está igual de agitado “seguro que piensan que he venido sólo por el dinero, lo podía leer en su mirada, me decía que venia a robarle su herencia. ¿Y yo qué culpa tengo de venir ahora, de que el fin de mi condena haya coincidido justamente con la muerte de Hortensia? ninguna, pero ahora vas y explícaselo a ellas, antes me odiaban por no escribir y ahora seguro que me lo agradecen, pero es que veinte años parecía tanto tiempo, nunca sabe uno lo que podía pasar, y no quería atarlas. Si Susana siguiese fregando escaleras, también hubiera venido si me hubiese enterado de que seguía sola, el dinero…lo ha estropeado todo, y como soy un ladrón, pues ya me imagino lo que va ha decir todo el mundo, que vengo a robarles, lo de venir a recuperar a mi familia ni va a pasar por sus cabezas”. La soledad asalta al Indio, se pasa el día dando vueltas por Madrid sin saber a donde ir, sin apenas un duro en el bolsillo, con fecha de caducidad, no tiene dinero para aguantar más de 6 meses, e imaginando la fría mirada, que la de Isabel hoy parece presagiar, va a encontrar en Susana tras más de 20 años de ausencia. Se empiezan a acumular nervios en su estomago, que parecen únicamente tener cura cuando vuelva a verla y pueda confirmar o rechazar sus sospechas.

No mucho tiempo después es Segismundo el que aparece delante del mostrador de Isabelita. Hoy había quedado con Ataulfo en lanzar el primer ataque, ayer lo estuvo aleccionando, “tienes que ir después de entierro, pásate a verla y le preguntas como esta, tu hazte el interesado, conmovido por a perdida, ¿qué te pasa? no tienes cara de estar aquí, ¡venga ánimo! No te vengas abajo ahora”. Lo que le pasa a Segismundo es Julia, es en lo primero que piensa por la mañana, y lo último en que piensa cuando se acuesta. Es en lo que está pensando ahora mismo, cuando con cara de tristeza empieza a hablar con Isabelita. No puede dejar de mirar a la verruga que tiene en la barbilla desde que la ha visto, es como un imán para sus ojos, es como esas cosas disgustantes que aun así no puedes dejar de mirar, te repugna pero lo miras y lo observas, y no puedes dejar de hacerlo, como si su presencia anulara al resto del entorno con el que comparte existencia, tiene que hacer enormes esfuerzos por dejar de fijar su mirada en ella y piensa “¡mírala a o los ojos imbécil, que se va a dar cuenta!”.

La conversación es incomoda desde un primer momento, es difícil aparentar un interés que nunca antes había existido. Es la primera vez que va hablar con ella, sin que exista un motivo relacionado con el albergue de fondo, no va a preguntarle por nada relacionado con el cambio de sabanas, la maldita tele que a veces no funciona, está vez el objeto de la hasta ahora excepcional conversación es ella.

Isabel, se empieza a sentir halagada por su compañía, ha dejado de pensar completamente en la visita de está mañana, y parece centrada en los ojos de Segismundo. Los mira con si fuera un espejo, donde cada vez se siente más guapa, inevitablemente se le empieza a escapar una media sonrisa consecuencia de sus sentimientos por él.

Segismundo no ha corrido desde que se acabó la educación física obligatoria en el instituto, pero era la excusa perfecta para verla más y empezar a coger confianza juntos. Ha dicho lo que le dijo ayer Atualfo “tu haz que te interesan las mimas cosas que a ella, aunque no entiendas ni papa de que está hablando”. Y funciona, porque aunque no hayan quedado un día ni una hora concretas, ya tienen un plan juntos, al final de la conversación quedan en quedar para correr, mientras Segismundo sentía como un puñal literalmente atravesaba su corazón y lo partía por la mitad, despacio lo atravesaba, le hacía sufrir, y se quedaba metido dentro.

La policía, tampoco ha estado perdiendo el tiempo. Los oscuros pensamientos del Indio se estaban materializando, lo seguían allá a donde iba desde el mismo momento en que había abandonado la cárcel. Lo vieron en la estación comprando el billete a Madrid, lo vieron cuando se bajo del autobús en Madrid, y lo estaban viendo cuando entró al albergue está mañana a hablar con Isabel, ellos ya sabían que Susana se había quedado en casa agotada por culpa del velatorio.