Ha llegado a casa agotada, toda la noche sin dormir velando el cuerpo de su hermana en el tanatorio, rodeada de familia cercana, pero a la vez lejana, no son más que seres totalmente independientes a su vida, que han ido a cumplir por cortesía. La ha sorprendido la presencia de algunas personas en la misa del barrio, pero no han servido para llenar la pequeña iglesia donde ha tenido lugar. Se pueden contar con los dedos de la mano aquellos que han acudido, la vecina del quinto del piso donde vivía su hermana, con la que ha echado partidas interminables de brisca, parchís y dominó, sus dos primas, hijas de la hermana de su madre, han ido acompañadas de sus maridos, ellas se acercaron a Hortensia tras enterarse de su enfermedad pero hacía tiempo que mantenían un relación distante con ellas, la mujer de la panadería enfrente de la casa de Hortensia, donde llevaba casi toda la vida comprando el pan, dos amigas de la infancia con las que había perdido el contacto pero que se habían enterado por la esquela que habían puesto en el mercado, y por supuesto Susana e Isabelita. Ha sido todo muy íntimo, tan íntimo que las conversaciones han sido escuetas, sinceras, sin apariencias, nadie ha fingido nada que no sintiese, ha sido un último adiós honesto, con pocas lágrimas. Los 10 nunca más volverán a coincidir en una habitación juntos, quizás esa haya sido la mayor magia del evento, el resto no ha tenido nada de singular, un triste ceremonia en la iglesia del barrio, con el cadáver de Hortensia adornando el centro de la iglesia y Susana e Isabelita sentadas en primera fila, tras un velatorio insufrible por aburrimiento y conversaciones vacías llenas de tópicos y sin ningún sentimiento, y finalmente un entierro en una buena lápida junto a la de su marido, a la altura de los ojos, nadie tendrá que levantar la mirada y agacharse para tener que leer su nombre.

Sentada en el sofá delante de la tele, no puede evitar que se le escape de vez en cuando una sonrisa, por fin está sola, y los sentimientos fluyen sin ningún tipo de atadura, la sinceridad se apodera del gesto de su cara, se ha quitado por fin la careta, ahora es realmente ella. Se ocupa mayormente en arreglar que es lo que va hacer con todo lo que le ha dejado su hermana, “los pisos son para alquilarlos, y uno se lo quedará Isabelita cuando se haga mayor, allí podrá formar una familia, y con lo que gane del albergue, al no tener que pagar hipoteca ni alquiler le sobrará para llevar una buena vida, las acciones…yo de eso no tengo ni idea, esas que las lleve el gestor del banco, ya me ira diciendo lo que tengo que hacer con ellas, y el dinero, el más de un millón de euros limpio del polvo y paja que va caer e nuestra cuenta bancaria…lo primero va a ser pagar el préstamo que hice al banco para comprar todo lo del albergue, las teles, las camas, ya no queda mucho, pero lo poco que queda lo voy a pagar de una tacada. Luego, voy a meter gran parte en un plan de pensiones, para que rente más que en una cuenta corriente, y cuando me haga mayor y le deje el albergue a Isabel pueda vivir más que de eso, el albergue lo heredará Isabel antes de que yo muera, cuando alcance una edad no quiero saber nada más de que es eso de trabajar. Y otro poquito, porque a Isabel hay que dejar lo suficiente para que no pase penas el resto de su vida, va ser para pegarnos un viaje las dos de vez en cuando, que llevamos sin salir de Madrid años, atadas a este albergue que es casi como una cárcel para nosotras, todo el día que si cambiado sabanas, que si fregando suelos, que si limpiando baños, que si atadas al mostrador hasta las tantas esperando a que lleguen nuestros clientes, y así un día tras otro durante años, que Hortensia pago la casa, pero el curro nos lo hemos llevado nosotras enterito…” Está haciendo planes de futuro, sueña despierta, parece que ya esta tocando la Torre Eiffel y bañándose en las playas de Tahití. 

Mientras Isabel tras el entierro, ella no acudió al velatorio sólo ha ido a la última misa y al entierro, está en el albergue, como siempre, atendiendo a los clientes. Pero hoy no es un día como cualquier otro, el Indio va a aparecer delante de sus ojos para preguntarle por Susana, es su padre, a ese que sólo conoce de una foto, y cuyo recuerdo tiene bajo llave en su corazón, por miedo a que se escape y la invada, o en caso contrario se le olvide, cualquiera de las dos opciones sería terrorífica para ella. Su madre le ha contado cosas de su juventud juntos, como se conocieron en la pista de hielo una navidad cuando el Indio se chocó con ella a propósito, luego se lo confesó, para conocerla, acabaron los dos empapados de agua por culpa del hielo, pero el choque sirvió para enamorarlos, Susana no sólo no se enfadó sino que tras presentarse acabó cenando esa noche con él y quedando en verle el día siguiente, y como al poco tiempo se fue a vivir con él a un piso cerca centro, ahí fue cuando rompió casi toda relación con su familia, relación que se terminó completamente cuando se enteraron de lo del atraco del banco y lo del policía muerto, por eso Isabel nunca conoció a sus abuelos, murieron hace ya unos cuentos años. En la foto que guarda su madre en la caja fuerte salen los tres juntos, ella es todavía una recién nacida, y a él se le distingue por su piel morena y su larga melena negra, el Indio, como el apodan es un mote que le viene como anillo al dedo, si dices Federico nadie sabe de quien estás hablando. Siempre se ha preguntado si sería capaz de reconocerlo cuando fuese a verlo, si sentiría ese cosquilleo en el estomago de haberlo visto antes, si su corazón se aceleraría como consecuencia de los genes de comparten y fuese como si se conociesen de toda la vida, sin que antes nunca se hayan visto. El Indio por su parte, siente una gran vergüenza, “¿qué va a pensar ella de un padre que la abandonó tras poco tiempo de nacer?” esa frase le martiriza y le machaca su cerebro como un martillo que incesantemente le tortura, “nunca hubiera sido un buen padre, ¿a quién quiero engañar? tarde o temprano todo el mundo sabía que me iban a pillar, lo que pasa que eres joven y no te das cuanta de las cosas, pero no me iba a tirar toda una vida robando bancos si pisar la cárcel, eso no se lo cree nadie, ni si quiera yo ahora, que era el que los robaba, además, si apenas se leer y escribir, que no ido a la escuela en mi vida, todo lo que he hecho a sido delinquir, robar y robar, porque no he visto nunca otra forma de ganarme el pan que como, ¿qué cosas buenas le hubiera sido capaz de enseñar yo? nada, nada bueno, se puede decir que fue una suerte que me detuvieran…”es la idea que ha ido desarrollando año tras año en la cárcel y le que ahora tiene cuando está abriendo la puerta del albergue que lo separa tan solo unos metros de Isabel. No ha podido evitarlo, sabe en el fondo de su corazón que lo más probable es que no haya sido una buena idea, que ellas ya tengan una vida en la que el no tenga un sitio, aunque sabe de buena tinta por Manuel que Susana sigue sola, es muy probable que después de todos estos años su presencia estorbe más que ayude, pero no tiene un duro en el bolsillo y no tiene a donde ir, huye de los servicios sociales como si fueran la propia policía, ha oído lo que les han hecho a esos que han tenido problemas con ellos como él, son expertos en extorsión, a todos los han tratado como locos, medicación y maltrato a cambio de comida y techo, y él no puede correr su misma suerte, tiene que esquivarlos como sea, y eso tristemente significa arrastrase ante lo que un tiempo breve fue su familia, cuando se le acabe lo poco que ha ganado en la cárcel, todo se resumirá a eso, o el dura frío, calor, y hambre de la calle, quien sabe como iba a acabar y las miles de represarais que le tendrían preparada los amigos del madero muerto. Curiosamente nada de eso ocupa su cabeza cuando ve por primera vez Isabel, todo de repente lo lleva ese primer momento de tenerla en brazos, a cogerla con delicadeza, a observar su cara que se parece a la suya, y  sentir la mayor ternura que ha sentido en su vida. Isabel en cambio cuando lo ve, también sabe que es él, siente miedo, mucho miedo, y más ahora que acaban de heredar una fortuna de su tía, cuando sus miradas se cruzan, ninguno se atreve a abrir la boca, hasta que el Indio es el primero que habla casi de forma inevitable, era imposible seguir manteniendo la tensión del silencio incomodo y la de sus ojos inquisitivos.