Ha dormido del tirón, ha sido la pieza perfecta del puzzle que forma su cuerpo y el colchón donde duerme, no se ha movido en toda la noche. El porro que se fumó con Ataulfo le provocó un sueño pesado, cansino, todavía no ha sido capaz de recuperarse después de haberse lavado la cara, muestra de ello es que no ha soñado, se ha levantado como si todo hubiera sido un simple viaje en el tiempo. Hoy había que entregar un trabajo de derecho civil, lo recuerda mientras se abrocha las zapatillas, revisa la mochila y allí está, en eso es en lo que se entretuvo ayer toda la tarde. De camino al metro le asaltan los recuerdos de la conversación que tuvo ayer con Ataulfo, es lo que lleva tratando de evitar toda la mañana, pero no hay escapatoria, en cuanto su cabeza deja de concentrase en alguna tarea y vuelve al mantenimiento monótono de la inercia del movimiento, es decir caminar, vuelve a vivir la experiencia de nuevo en su cabeza “yo me cargo a la madre y tu casas con Isabelita” y de repente su verruga como un puñal que atraviesa su mente, ¡“maldito dinero! si no fuera por él, el mundo sería más feliz” se dice. En el metro sigue dándole vueltas, “¿y si me caso con Isabelita y luego no hereda nada?, porque Ataulfo se puede haber equivocado, lo mismo la tía ni tiene cáncer ni nada y me paso el resto de mi vida lamentándome, ¿y si de verdad hereda? me voy a pasar el resto de mi vida sin dar un palo al agua”. Pero hay algo que no termina de aceptar y es tener que decirle adiós a ella, a esa que acaba de pasar justo por delante suya, a esa que se cruza todas las mañanas nada más entrar a clase. Solo sabe su nombre, y ni se atreve a pronunciarlo por si se entera de que le gusta, se siente como un gusano cortejando a un cisne “no tiene ningún sentido”, pero “mírala si es que es perfecta, la han tenido que tallar con un cincel, porque no es normal lo buena que está”. En clase, tiene que hacer esfuerzos inhumanos para dejar de pensar en ella, y aún así no hay remedio, sale de clase con los mismos conocimientos con los que entró a ella, en cambio el jersey de color rojo que hoy llevaba si se le queda grabado para el resto del día, si no fuera por la fila que se ha formado para dejar los trabajos encima la mesa del profesor, ni si quiera se hubiera acordado de eso que se tiro ayer toda la tarde haciendo.

Su vida es una monotonía absurda, su absurdez no deriva de la falta de sentido de su existencia, sino de la repetición de un esquema vital, de una repetición continuada de horas y minutos sólo diferenciados por el nombre del día, todos los días va a clase de 9h. de la mañana a 14h. de la tarde, todos los días va al super después de clase y se come un bocadillo sentado sólo en un banco antes de meterse en la biblioteca a pesar el resto del día que le queda estudiando, inevitablemente un pensamiento le asalta con la misma monotonía “¿y si dejará de existir en que se notaría?”. A la noche llega, abre la puerta, se come otro bocadillo y si llega Ataulfo hablará con alguien por primera vez en todo el día, y sino, pues nada. Su relación con su familia es distante, esa sensación de parasito mantenido no sólo deriva de la visión pesimista que Atualfo le inculca, sino de la absoluta falta de confianza que le transmite su entorno, “todo es una cuestión de dinero” para él el cariño se mide en monedas de euro. En cuanto a sus amigos, “una panda de imbéciles”, no hace falta darle muchas más vueltas, hace tiempo que se dio cuenta que cuanto antes corra antes podrá dejar de hacerlo. Y en la universidad, no encaja, se siente como un elefante en una cacharrería, aún así se las apaña para aprobar. Ataulfo, es otro imbécil, lo tiene asumido, pero si él desaparece con lo único que hablará será la silla de su escritorio, por eso lo tolera, lo escucha, le deja que se desahogue con él, siempre tiene nuevas historias que contar, es su conexión con la realidad, al menos la realidad que le dibuja Ataulfo, que no es como la que pintan los telediarios, él le habla de policías corruptos “mira ese se lleva parte de lo que sacan con las bellotas y así no los pillan”, de prostitutas que sufren de extorsión “esa chica está ahí porque la obligan, no tiene papeles y la dejarían tirada en la calle”, de bares donde pasan más cosas dentro en la trastienda, que fuera en barra “dentro puedes hacer lo que quieras, ahí no hay límites, una raya, lo que quieras…” y así un millón de historias que le hacen pasar los horas antes de irse a la cama de forma rápida, porque él siempre llega a la misma hora, a la hora de la cena, se sienta como hizo ayer en la única silla que amuebla su habitación y empieza a hablar, mientras el escucha, como si fuera otra clase de la universidad pero esta vez la asignatura es de la calle. En resumen, Segismundo, es un ser solitario, solo quiere a una persona, a ella, y duda de que si quiera se haya dado cuenta.

Desde que se ha ido de casa, su padre le dijo “te ayudaremos en lo que podamos, pero eso no es mucho”, se ha dado cuenta de lo que significa el dinero, porque ser pobre no es más que otra forma de ser un esclavo. En la mayoría de casos, gran parte del éxito social depende del dinero que aparentas tener, y sobre todo, no te veras limitado a la hora de decidir en que gastar tu tiempo, puedes hacerlo en el cine, o en un bar tomándote una caña, mientras que sino tus opciones se reducen a aguantar a Ataulfo cuando llega del trabajo. “Si tuviera dinero seguro que ella ya se hubiera fijado en mi” piensa como una forma de consolar y justificar su soledad. El bocata de mortadela como elemento básico de su sustento no es lo que le verdad le molesta, lo que preocupa son las cadenas invisibles que lleva atadas a sus tobillos, no puede viajar, no puede ligar con las chicas en los bares igual que hacen sus compañeros de clase, no puede ir de conciertos, no puede ir de museos, no puede hacer nada que no sea estudiar y que no implique gastar un céntimo que no sea en comer. Eso te va limando el carácter, te va convirtiendo en un ser marcado por la diferencia que existe entre tu, y el resto de tu más afortunado entorno, te das cuenta del significado que tiene la palabra propiedad y el contenido ético que tiene adherido, que no es más que la supremacía del que tiene sobre el que no tiene. Como estudiante de derecho, esto le crea muchas dudas, “si la ley es la manifestación de la soberanía popular, si la propiedad no es más que un concepto social aplicado por esas leyes, si hay más pobres que ricos…¿de donde sale esa legitimidad que hace que el concepto se cumpla no solo como una idea expuesta sobre un papel, sino como una norma moral, un derecho irrenunciable del hombre?” él no lo entiende.

Todo esto es lo que pasa por su cabeza de veinteañero, una y otra vez, como un castigo que se autoinfringe para que no se olvide de donde está metido, para que esté atento a la jauría que forma su entorno. Y en eso está pensando cuando otra vez de nuevo ya está encerrado en su habitación, está vez, sincera y raramente esperando que Ataulfo llame a la puerta, para acabar con la soledad y para que le vuelve a contar ese loco plan que tiene, evidentemente no es una buena idea, pero en su deprimido cerebro las alternativas tampoco son mucho mejores…”toc, toc”…y otro vez “toc, toc”. Se levanta corriendo de la cama con la boca llena y allí está Ataulfo.

Como siempre la voz cantante en la conversación la tiene Ataulfo, Segismundo apenas asiente con la cabeza mientras él le cuenta sus historias. Pero hoy Segismundo, muestra un interés especial, se le nota en la forma en que lo mira en la silla donde se sienta.