– Arturo: Dame todo el dinero en efectivo que tengáis. TODO.
– Empleada: En seguida, pero no le haga daño, ¿ha traído una bolsa o algo donde pueda echarlo?
Cuando hoy salió de casa tenía la sensación de que se le olvidaba algo, pero echaba la mano al pasamontañas y luego al cuchillo, y no era capaz de saber que era lo que estaba echando de menos. Ahora ya lo sabe. Debía ser esa maldita bolsa lo que echaba en falta.
– Arturo: No he traído nada, así que pilla lo que tengas y mételo ahí.
– Empleada: No tengo nada.
Echa un ojo a su alrededor y arranca un bolso del primer hombre de mujer que tiene a mano, ese por ahora, va a ser el menor de los problemas.
– Arturo: Pues tomo, usa esto, llenadlo hasta arriba.
– Empleada: Con esto, no voy a tener, hay mucho más, mucho mucho más.
Vuelve a mirar a su alrededor, y esta vez arranca en vez de uno, tres bolsos más. Ya son cuatro.
– Arturo: ¿Con esto tienes?
– Empleada: Justo, pero ahora creo que sí. ¿Primero los billetes más grandes verdad? Lo digo por si queda algo, que sea lo menos.
– Arturo: Eso, eso, muy bien, y rapidito, rapidito, que no tengo todo el día.
La empleada desaparece con sus pies en polvorosa, ni el mismo hubiera sido capaz de seguirla. En ese momento, cuando ya no le queda otra cosa que hacer que no sea esperar, es cuando se da cuenta que todo el mundo lo está mirando. Es el centro de atención, aunque nadie se atreve a decirle nada, ni a acercarse a él.
Tiene la sensación de que el tiempo pasa lento, todo lo contrario de lo que lo está haciendo en realidad, lleva metido en el banco más de 10 minutos desde que empezó el atraco, y o se da prisa o la policía va a llegar antes de que pueda escapar.
Menos mal que la empleada del banco, cumple con su cometido de una forma eficiente, llevando al límite la máxima de que está para ayudar a los clientes, incluso esos que han ido sólo a atracarle. En sus manos trae la mercancía, los cuatro bolsos de mujer que le ha dado llenos hasta arriba de billetes, tan llenos, que ha ido dejando un reguero con ellos por el camino.
– Empleada: Toma, aquí los tienes. Oye, que raro que no haya llegado la policía ya. ¿No te han dicho nada?
Arturo hace ya caso omiso a sus palabras, agarra los cuatro bolsos y se los pone a los hombres, sin importarle que ninguno de ellos le pegue lo más mínimo con la ropa de color negro que hoy lleva puesta. Sale hacia la puerta, sin perder ni un momento de vista a su rehén que sigue demostrando un comportamiento modélico, ni una lágrima, ni un grito, nada. Conforme se va acercando a ella, empieza a distinguir unas luces de color rojo y azul que penetran a través de las cristaleras del banco, no ha debido de ser capaz de escucharlas antes por culpa de la alarma del bando, pero no tiene ninguna duda al respecto de lo que significan, es la policía que lo está esperando en la puerta. Aún así no se detiene, y camina con paso firme y decidido hacía su destino, sea el que sea.
Abre la puerta del banco con lo que sabe es su seguro de vida, con su rehén delante de él, sino lo hiciese sabe de sobra que ya lo habrían convertido en un colador con agujeros del tamaño de balas. Allí que lo está esperando son efectivamente ellos, esos que hace dos días lo habían chantajeado a través de Ernesto, esos que supuestamente tenían a Estefania, esos que se supone están pisándole, pero no lo suficiente como para haber podido evitar lo que acaba de pasar. En seguida, nada más que atraviesa la puerta, el portavoz de los policías saca el megáfono y empieza a decirle cosas, ninguna de las cuales tiene desde ya pensado obedecer.
– Policía: Suelta al rehén y tira el arma al suelo. Repito, suelta al rehén y tira el arma al suelo.
Pero no les hace caso, en lugar de hacer lo que le piden, sigue caminando como si nada, con toda la intención de atravesar el cordón policial delante de sus propias narices. Ni él, ni su rehén, se ponen nerviosos por culpa de su presencia, caminan a través de los coches de policía como el que lo hace por un campo lleno de flores, nada de lo que les digan puede afectarles.
Y cuando por fin lo han atravesado, hace eso que tenía planeado hacer desde el principio, en movimientos tan rápidos que apenas si son perceptibles al ojo humano, deja de amenazar al rehén con su cuchillo, y sale corriendo a todo velocidad, más rápido que un rayo, tan rápido que ni Usain Bolt hubiera sido capaz de alcanzarlo.
En no más de un minuto está en la otra punta de Madrid de donde cometió el atraco, sin pasamontañas, contando los billetes en su habitación. Y no deja de hacerlo, uno tras otro va sumando, si sus ojos no le engañan, y si no se ha equivocado en las cuentas, pasa con creces los 100.000 euros. No sabe que va hacer con tanto dinero, se supone que es un camarero que apenas tiene para comer, y tampoco quiere ir llamando la atención, así que se lo va a guardar para cuando lo necesite, para cuando deje de ser camarero y pase a ser ese profesor de universidad que va a tratar de ligarse a Julia.