Se ha recorrido la fábrica de arriba a abajo un millón de veces, puede que donde debiera haber venas y sangre sólo hay cables y cobre, pero sino fuera por esa pequeña diferencia no habría ninguna. Si alguien hubiera previsto que fuese a pasar esto, que una máquina también necesitaría descansar de vez en cuando, aunque no fuese por cansancio físico sino por evitar el aburrimiento, por dejar de darle vueltas en la cabeza cuando no hay nada que hacer, o ¿acaso no es eso por lo que muchos seres humanos se vuelven locos? todos hacen lo que sea por dormir las horas que todos los doctores han establecido como saludables, unos dejan de echarse la siesta, otros se pasan al deporte como única forma de descargar el estrés que acumulan en su vida diaria, y otros hasta le pegan a las drogas, legales o no, pues ¿cual es la diferencia cuando el beneficio buscando es tan transcendente como dormir? sin importarles que la solución agrava más el problema que lo remedia. ¡Qué falta de previsión!, con lo fácil que hubiera sido con simplemente ponerle un botón de standby, hoy sería otro, no llegaría habiéndose previamente imaginado cientos de posibles desenlaces, en la mayoría de los casos siempre trágicos, que si es una espía del gobierno, que si pertenece a una empresa privada que quiere su tecnología, que es si la policía que va a darle una oportunidad de rendirse sin montar un numerito…y así un millón de historias que se le han pasado esta noche por la cabeza.

La Plaza Mayor está como siempre, abarrotada de gente por todas partes. Están los turistas, se les reconoce fácilmente porque siempre están haciéndose fotos en lo que parecen los sitios más emblemáticos y siempre con la mejor de sus sonrisas, los que simplemente pasan de paso, esos van rápido y tienen pinta de que para ellos nada de lo que hay en la Plaza Mayor ya les sorprende, los que llenan la terrazas de los bares, disfrutando de que Madrid probablemente sea una de las capitales de Europa más soleada, y los que viven en ella, no los que viven en los pisos que la colindan que a veces se asoman a su balcón para disfrutar de las vistas que su lujosa casa les brinda, a esos apenas se les ve, lo que viven en los soportarles, los que se han construido casas de cartón a la medida de su cuerpo para no pasar frío en invierno y para acolchar el duro suelo, esos que viven con la casa acuestas, en seguida los reconoces porque siempre van tirando de ella en un carro o una maleta llena de cosas, que de tanto ir y venir se han desgastado y hubieran perdido todo su valor, sino fuera porque es lo poco que les queda.

Ha llegado temprano, signo de ese aburrimiento y de las ganas que tiene de que llegue la hora señalada, y todavía no se atreve a acercarse hasta la estatua donde se supone ha quedado con esa mujer misteriosa. Mira a todas partes desde una distancia prudencial de ella, haciéndose el remolón, como si fuese cualquier otro que pasa por allí para admirar la joya arquitectónica que la plaza representa, lo hace para verificar que no está siendo observado, para comprobar que a Maria o a Fermín, o a cualesquiera de los otros que trabajan con él en el restaurante, no se les ha ocurrido la genial idea de ir a espiarlo.

Sin embargo, los minutos pasan y ya le es imposible eludir su responsabilidad. Se acerca hasta la estatua y observa de cerca a Felipe III, el que, según su fuente de datos, tuvo el honor de ser el primer monarca nacido en la capital madrileña, proveniente de la casa de los Austrias, rival de los actuales Borbones en hacerse con la corona del imperio español, pero que a los únicos que realmente molesta es a los republicanos que todavía siguen paseando por las calles de Madrid y soñando con algún día dejarla en algún almacén municipal porque por fin la herida de la Guerra Civil ha sido cerrada y se ha repuesto las cosas a su orden natural, a la República Española que había antes de que estallase. Ajeno a todos esos debates políticos, el descendiente de los Austrias preside la plaza en su montura, en un alto caballo, desde un todavía más alto pedestal, recordando a todos, que esa parte de Madrid lleva su firma y la de su dinastía, la que muchos valoran como la parte más bonita de Madrid, el Madrid de los Austrias.

Estar al lado de tan emblemática estatua no le es nada fácil, tiene que andar moviendo de un lado a otro para evitar estropear la captura de ese instante que los que pasan por allí por primera y única vez en sus vidas buscan. Pero aguanta en su sitio, sabedor de que no tiene otra forma de resolver el acertijo por el cual acabo tirado en el suelo. Y aunque se ha pasado gran parte mirando a todos lados, está vez buscándola a ella, llega como casi siempre llegan todas las sorpresas, por la espalda, agarrándole del brazo. Nada más sentirla sabe perfectamente que es ella, y poco a poco se gira para comprobarlo, para descubrir que efectivamente, es exactamente la mujer que la tarde noche de ayer se la paso mirándolo.

Por primera vez tiene la oportunidad de verla de forma clara, no sentada en una mesa o ayudándolo a levantarse en una situación complicada, y no puede evitar echarle una mirada de arriba a abajo. A simple vista, parece otra turista más, sólo le falta la cámara en las manos, lleva un vestido estampado con flores sobre un fondo amarillo, y un sombrero y gafas por culpa de los cuales es complicado reconocerla.

– Extraña: ¿Llevas mucho tiempo esperando?
– Arturo: Acabo de llegar.
– Extraña: Demos un paseo mientras hablamos.
– Arturo: Perfecto.

Ella se agarra a su brazo, nunca antes una mujer lo había hecho antes, ¿será eso parecido a lo que se siente cuando se deja de estar sólo? Se pregunta por dentro, mientras caminan en silencio no sabe a donde.

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