Se siente como el que ha salido a buscar una aguja en un pajar, no sabe por donde empezar, no sabe a quien preguntar, delante de él con lo único que se encuentra es con un laberinto de calles y de gente. Lo único que tiene, y lo único que le podría ayudar es los miles de datos que tiene almacenados en su cabeza de películas, música e historia, algo que aunque innegablemente el producto de la imaginación del hombre, está seguro algo de semejanza deben de guardar con la realidad. Así que el plan inicial sigue en pie, puede que no tengo muy claro como ejecutarlo, pero la idea principal, servirse de aquellos más marginados para conseguir lo que necesita no cambia.

Pasea como un turista, mirando a todas partes, no es que esté perdido es que se nota que está buscando algo que no encuentra. Y en este caso, no se trata de un museo, ni de un tablao flamenco, ni de un restaurante con fama de bueno y barato que le ayude a esquivar las decenas, quizás cientos, de bares, franquicias y no, con los que continuamente se cruza por el camino. Y ese es el aire que debe de estar percibiendo de él, porque cuando llega a una de las principales calles de la capital madrileña, es abordado por uno de aquellos que estaba buscando.

– Extraño: Psss, amigo, ¿qué tal?, ¿quieres hierva?

La calle está como siempre repleta de gente, pero inconfundiblemente de entre toda esa gente se acaban de dirigir justo a él, y le acaban de ofrecer una de esas cosas que también se venden en el mercado negro, aunque no sea precisamente eso lo que vaya buscando y lo que le interesa. Al principio, siente un impulso de no hacerle caso, de seguir caminando como si no hubiera escuchado nada, hacer lo que la mayoría de la gente hace. Pero está lo suficientemente rápido y hábil para darse cuenta de que es una de esas oportunidades que la vida brinda y que los humanos, sin saber explicar porque, llaman el haber tenido suerte, cuando no se trata más que de pura y dura probabilidad. Así, tras algunos breves momentos de duda, se para y mira a aquel que reclama su atención.

En realidad, no sabe que decir ni que hacer, pero con haberse parado le basta, porque con ese gesto, el extraño gana confianza y vuelve a intentarlo, esta vez de forma más segura, no surrurándole al oído de pasada, sino mirándole a la cara y preguntándole de nuevo si quiere mariguana.

– Extraño: Eh, te ha dado un pasmo, ¿o qué?, ¿te dicho que si quieres hierva?

No quiere hierva, quiere un DNI y título universitario falso que poder exhibir. Pero quizás empezar así directamente con un individuo que se le acaba de presentar en la calle, pueda ser demasiado brusco. Por lo que llega a la conclusión, otra vez tras instantes de duda, que lo mejor es decirle que sí.

– Arturo: Sí, justo es eso lo que estaba buscando.
– Extraño: Pues vente, tu sígueme.

El extraño lo hace seguirlo por mitad de la calle, lo hace a cierta distancia prudencial de él, esperando que esos escasos centímetros de distancia que lo separan le sirvan para esquivar a la policía en el supuesto de que ésta llegue, nunca está cuando la necesitas, y siempre aparece en los momentos más inoportunos, pero eso no es cuestión de probabilidad, es más una mezcla de incompetencia y corrupción.

Lo lleva hasta un portal que hay a unos cinco minutos de donde se han conocido, puede que sólo este a un par de calles, pero no ha hecho falta caminar mucha para que el tumulto haya desaparecido, y no sólo eso, hasta las farolas que iluminan la calle parecen haberse dado cuenta de que ese lugar invita al secretismo, e iluminan con una luz más tenue, tímida, de lo habitual, haciendo que los colores de los objetos que lo rodean se vean afectados por esa falta de luz, y en su lugar sus ojos de robot lo que perciban es una tonalidad en blanco y negro, como la de aquellas películas antiguas, lo que le hace preguntarse si eso es consecuencia de un fallo mecánico o a los humanos les pasará igual.

– Extraño: Espérame aquí cinco minutos, que enseguida bajo.
Asiente con la cabeza, y hace lo que le dicen. Espera esos cinco como esperando a que vayan a pillarlo en cualquier momento, como si la policía fuera a llegar en cualquier momento enseñando su placa, y viendo que no tiene documentación, llevándoselo arrestado a no sabe donde. Así que, esos cinco minutos son intensos, pasan despacio, incluso a veces con ganas de salir corriendo y abortar el plan, ya en una primera fase tan prematura como la que se encuentra.

Pero, el extraño cumple con su palabra, y quizás en menos del tiempo prometido vuelve a aparecer. Abre la puerta del portal rápido y con gesto de su mano le dice que pase.

– Extraño: Mira, como se me ha olvidado preguntarte cuanto querías, te he traído varias bolsas, en una tienes 10 euros, la otra es de 20, y hasta te he traído una de 50 por si vienes con ganas. ¿Cuál quieres?
– Arturo: La de 10.
– Extraño: Pues son diez euros.

Le cuesta despedirse de esos diez euros, casi tanto, como de la casa de Cristobal cuando se marchó esa noche hace ya unos pocos meses. Abre su cartera y los saca despidiéndose en silencio de ellos.

El intercambio es rápido, el extraño le arranca literalmente el dinero de la mano mientras que a la vez le incrusta la bolsa de mariguana en sus manos. Pero antes del volver al portal de donde ha venido no se olvida de despedirse.

– Extraño: Cuando quieras más, ya sabes donde estoy.
– Artura: Descuida.

No va a seguir buscando más, aunque no haya conseguido lo que busca, sabe que se trata de un comienza. Eso si, no sabe que hacer con lo que lleva en la mano, está por tirarla a la papelera, pero en su lugar se la guarda, puede que le haga falta para alguna otra cosa.

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