El resto de la conversación es igual de transcendente, en algún momento el objeto de ella deja de ser María y pasa a ser el futbol, de las dos principales cosas que habla un hombre cuando está únicamente rodeado por otros hombres. Los cigarros duran apenas cinco minutos, son acabarse y los tres vuelven al pie del cañon en la cocina.

Puede que hayan pasado sólo cinco minutos, pero a Arturo esos cinco minutos le han parecido un mundo, por la cantidad de información práctica sobre el ser humano que ha acumulado durante ellos, y por la prisa con la que los recibe Genaro que los estaba esperando en la cocina con mirada recriminatorio.

– Genaro: Ya era hora…, ¿qué, ya os habéis puesto al día?
– Fermín: Sólo ha sido un cigarro, ¿qué mosca te ha picado?
– Genaro: ¿Qué que mosca me ha picado? ya se que son apenas las siete de la tarde, pero ha sido saliros a fumar y se me ha llenado el restaurante de turistas japoneses con ganas de probar la paella.
– Fermín: ¡Pues a hacer paella se ha dicho!, ¿cuándo se enterará está gente que la paella es para comer y no para cenar.
– Carlos: Qué más da, mientras se la coman y la paguen. Venga, pues ve sacando el pescado y el marisco de la nevera. Tu mientras ofréceles un vino, una tapita, yo que sé, sácales unas patatas fritas y unos cacahuetes, no creo que vaya a tardar mucho más de media hora. Y tu, Arturo, quítate ya esa cara de susto, y pasa al que va a ser tu sitio el día de hoy, ponte otro de los delantales, mira ¿ves ese que está allí colgado? ese te puede venir muy bien, y vete al fregadero, hoy nos vas a ayudar a ir fregando todos los cacharros que vayan saliendo de la cocina.
– Arturo: Eso está hecho.
– Genaro: No os entretengáis como siempre con la charla tu y Fermín y daros prisa, que tienen pinta de venir con hambre y además me están poniendo muy nervioso con la cámara de fotos, le están haciendo fotos a todo el restaurante, a las langostas y centollos de la nevera, a las mesas, hasta se hacen fotos con el menú. Daros prisa.
– Carlos: ¿Ese es el respeto que tienes por la alta cocina? todo se reduce a eso, al tiempo, nunca se tiene en cuenta que las prisas matan el buen sabor de la comida.
– Genaro: Si quieres te dejo un rato fuera con ellos y así me entenderás…

Mientras todavía se está poniendo el delantal, ve como Genaro abandona la cocina a toda prisa, con claros signos de estar ya bastante estresado y eso de que acaba de empezar la noche. Ocupa el lugar que le han dicho en la cocina, y por ahora se entretiene en como Carlos y Fermín van preparando los platos de paella que les acaba de pedir Genaro. No pasan más de cinco minutos cuando Genaro vuelve a aparecer en la cocina.

– Genaro: A ver, que os paso la comanda, en total son catorce paellas de marisco, y dos de carne. ¿Entendido?
– Carlos: Entendido, ¿cómo se están portando?
– Genaro: Bien, ya han empezado con el vino y les he puesto unas patatas fritas para que estén entretenido. Al menos, han soltado la cámara de fotos para coger la copa.
– Fermín: Si habiendo vino, hay pocas cosas mejor que hacer.
– Genaro: Me salgo de nuevo para fuera.

En salir fuera Genaro y las manos de Fermín y Carlos parecen multiplicarse, ni siquiera con su ojos mejorados de máquina es capaz de seguirlas. Las mueven tan rápido que parecen tener los mismos brazos que el pulpo que primero Fermín corta en pedacitos y luego Carlos dora en la sartén. Las cebollas parecen desintegrarse en pequeños pedacitos como por arte de magia, bajo el corte rápido y preciso del cuchillo de Fermín, la paellera que hasta hace un momento apenas si tenía un poco de aceite por encima de repente esta llena de verdura y marisco, que hace el aire se contamine con su aroma y a Arturo lamentarse de no tener esa necesidad de comer que los humanos han convertido en un placer, se tiene que conformar con lo oler lo que otros se preparan con comer. Tampoco tarda mucho en empezarse a llenar su fregadero de cubiertos, de platos y de todos aquellos utensilios y cacharros que Fermín y Arturo están utilizando para preparar la cena de los primeros clientes. Sus manos, en cambio, no se mueven con la misma destreza con la que se mueven las manos de Fermín y Carlos, a veces se le escurren los cubiertos, se le escapan los platos, da igual que hayan sido construidas pensando precisamente en superar a aquellas que están hechas simplemente de carne y hueso, para él eso que está haciendo también es nuevo y va a tener que acostumbrarse a ello para poder ganar algo de agilidad, puede que haya nacido con casi toda la teoría aprendida, pero le falta toda la práctica.

– Fermín: venga, dale caña a todo eso que tienes hay en el fregadero que se te está acumulando.
– Arturo: Voy, voy, hago todo lo que puedo.

Y todo lo que puede, es hasta ahora lo que está haciendo, aunque por ahora eso significa que el fregadero se esté llenando cada vez más y más de cacharros, a un ritmo que si sigue así, dentro de poco se acabarán saliendo por los bordes.

Al fin y al cabo, no se trata más que de un trabajo mecánico, de esos que puedes dejar tu cabeza evadirse y seguir moviendo tus manos con la misma eficacia que si estuvieras plenamente atento a lo que estas haciendo. De hecho, llega un momento en que Carlos le deja una sartén incandescente encima del fregadero y él la coge como si nada, ni siquiera se da cuenta de su temperatura al hacer hervir el agua cuando entra en contacto con ella. Fermín que ese momento lo está mirando, se queda boquiabierto.

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