Desde ese día sueña con volver al parque. Puede que después de la fuerte descarga apenas le quedasen fuerzas para caminar y tuviese que ser llevado en brazos por sus captores hasta la jaula donde lo llevaron de vuelta a ese punto en mitad de la nada, incluso puede que desde ese día tenga una quemadura en el cuello que apenas le permite girar el cuello sin que rabie de dolor, pero ese parque se le ha quedado grabado en la memoria, y no sólo él, todo lo que en el sucedido.
Se pasa los días pensando en volver a él, firmemente convencido de que es el único sitio donde podrá encontrar respuestas a las mismas preguntas de siempre que le acosan y no le dejan descansar, y de que será el único sitio, donde alguna vez podrá tener la posibilidad de volver a ver a Julia. Sus días se pasan entre suspiros y melancolía, se pueden resumir en comer, dormir, y en sentarse en la puerta de la casa donde lo tienen retenido mirando al horizonte, esperando a que pase algo, esperando a que lo vuelvan a llevar allí donde tiene sus pensamientos.
Ya ha pasado más de una semana desde que eso sucedió, lo sabe porque se ha preocupado en contar los días de su cautiverio grabando en una esquina de la casa palotes con una pequeña piedra, cada vez que salen de nuevo los tres soles suma uno y cada vez que graba tres palotes un tercero los cruza, para luego serle más fácil contar cuando sean muchos los días. Eso lo ha visto hacer en las películas antiguas a los presos que cumplen condena, exactamente igual a lo que siente que está haciendo él en ese lugar apartado del universo.
Está aburrido, tremendamente aburrido la mayor parte del tiempo y lo único que se le ocurre para dejar de estarlo, es lo que hace siempre, cuando ya no aguanta más sentado en la puerta de la casa se levanta y empieza a darle vueltas caminando, una, dos, tres, cuatro, y así hasta cien. Las cuenta no sólo para tener una medida cierta del ejercicio físico que le supone, sino para además durante esas cien vueltas mantener su cabeza ocupada en algo que no sea retorcerse por culpa de su cautiverio. Camina diciendo, una, una, una, una, luego, dos, dos, dos, hasta que a veces la cabeza se le escapa harta de estar presa, igual de harto que lo está él, y empieza a pensar en algo sin su permiso, para cuando se da cuenta de que eso pasa, ya es demasiado tarde para recordar por que vuelta va, en esos momentos la vuelve a retomar por el último número que recuerda. Algunas veces se sorprende así mismo parado, mirando al infinito, deseando salir corriendo hacía la inmensidad, pero la razón siempre gana la batalla y le impide hacerlo, prefiere ser un hombre cautivo con el sueño de dejar de serlo, que ser un hombre muerto por culpa de la sed y el hambre.
En cuanto a su relación con sus captores es de indiferencia, se muerde los labios, se mete las manos en el bolsillo, le dice a su corazón que se calle con su cabeza, e intenta hacer todo lo posible para evitarlos, sino los ve, sino habla con ellos, si está todo lo alejado que puede de ellos en todo momento, es capaz de al menos sentirse ganador de la batalla psicológica en la que está sumido, moralmente podrá estar herido, pero nunca podrá achacarse que es por su propia voluntad y que disfruta de ellos. Los odia, los odia con todas sus fuerzas, pero los odia en silencio, y hasta ha aprendido a disimular cuando tiene que hacerlo. Puede que puedan obligarlo a estar allí, puede que tenga que soportar un collar en el cuello que emita descargas, pero nadie, ni si quiera él mismo, puede obligarle a quererlos. Eso ha convertido su relación con ellos de lo más fría y tensa, no los mira, no los habla, el único momento que comparten juntos es el de la comida y mientras come está deseando acabar de hacerlo, para poder volver a hacer los que estaba haciendo hasta entonces, estar todo lo lejos posible de ellos. Se pregunta cuanto más tiempo podrá resistir esa guerra psicológica, al fin y al cabo, si ven que no pueden hacerse con él, si no es capaz de cumplir con esa función para la cual ha sido traído, deberían deshacerse de él, ¿no? o al menos eso es lo que piensa. Pero está decidido a aguantar, a aguantar hasta el final de sus fuerzas, a no rendirse hasta que un día encuentre la forma de escaparse y ese día pueda hacerlo con la cabeza bien alta, aunque lo contrario signifique que puede que no lo encuentre antes de que un día se cansen de él y se lo coman en la cazuela. Porque ese es realmente el miedo que tiene de que al final acaben haciendo con él, así al menos podrá servir para algo, sino entretiene, por lo menos que mate el hambre, que es lo que hacen con los humanos en la Tierra los que son como ellos, no será ni la primera vez, ni seguramente la última que se los comen.
Aparte de echar de menos el parque y a Julia, de aburrirse como una ostra, de evitar todo lo que puede a sus captores y no darles eso que más desean, su esclavitud voluntaria, ya lo decía Sartre, el que desea ser amado desea serlo sin tener que obligar al otro a hacerlo porque sólo entonces hay amor verdadero, también se ha fijado en los dos ciempiés que tiran del carro, está convencido de que si algún día se escapa de allí va a hacerlo subido encima de uno de ellos, se imagina subido en su cabeza tirando de sus antenas y gritando ¡arre!, ¡arre!, mientras Julia se engancha fuertemente a su cuerpo.