“Nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno”, tiene los ojos fuertemente cerrados desde al menos el número tres, como el que va al dentista a que le arreglen una muela y desde que el dentista le dice “esto puede que te duela un poquito” espera en tensión a que ese poquito llegue, sin embargo, al igual que cuando vas al dentista ese poquito llega cuando menos te lo esperas. La nave no se ha movido ni un centímetro, está tan parada y quieta que nadie diría que está a punto de despegar, ni un leve zumbido de motores, ni una pequeña vibración que indique que se está preparando para salir disparada al espacio. Tanto es así, que ha abierto los ojos y mira a Julia como intentando encontrar en ella una explicación al porque de su no despegue, Julia también lo está mirando con cara de extrañada, cuando de repente y sin previo aviso de ninguna cuenta atrás, la nave despega con toda su fuerza del suelo. Ante la falta de previsión eso le pilla con los ojos abiertos, y todo a su alrededor empieza a deformarse, todo se estira y retuerce, todo se convierte en un cuadro de arte moderno donde los objetos representados se intuyen pero no se ven, donde las fronteras donde cada uno de los colores antes marcaban su territorio se difuminan y aparecen creando nuevos colores. Si no fuera porque todavía mantiene el recuerdo de como ha llegado hasta allí y de lo que está haciendo, pensaría que lo que está sintiendo es efecto del LSD y que ha debido confundir una Rave con una nave espacial. Pero no, todo lo que está pasando y está sintiendo en estos momentos es real, tan real, que debe estar desafiando las leyes de toda la física que estudio en el colegio, pues ¿en el interior de un objeto en movimiento, por ejemplo la Tierra, no debería las cosas moverse todas a la misma velocidad y por tanto parecer inmóviles? Lo mismo está pasando con el sonido, porque se está quedando sin aire en los pulmones de tanto gritar, las cuerdas vocales empiezan a quemarle del esfuerzo, y sin embargo todo lo que es capaz de escuchar es un sonido distorsionado, que constantemente varia, que no parece un grito sino el sonido emitido por una radio antigua al girar su ruleta para intentar sintonizarla. Cierra los ojos por culpa del mareo que le provoca lo que con ellos percibe y lo mismo haría con sus oídos si no fuera porque carecen de párpados con los que cerrarlos, y porque además está tan fuertemente agarrado con sus manos al asiento y a la mano de Julia que le es imposible separarlas de donde están cogidas. Sin embargo, hay algo en todo lo que está pasando que no le cuadra, ¿dónde está la sensación de tener pegado el cuerpo al asiento?, ¿dónde está el dolor de cabeza que le indica que su cerebro se está aplastando contra su craneo por culpa de esa aceleración tan brutal a la que la nave está sometiendo su cuerpo?, ¿dónde esta todo eso? 

Y todo se acaba. Todo se acaba de la misma forma con la que empezó, sin que nadie avise. Sus gritos súbitamente se hacen perceptibles, y no sólo los suyos sino los de todos su compañeros, tanto que de escuchar un sonido amorfo, que va y que viene, a veces casi imperceptible, pasa a sentir dolor es sus tímpanos, pero eso también rápidamente se acaba, cuando al igual que él todos se dan cuenta de que todo se ha acabado. Abre los ojos y todo está igual que antes, Julia está sentada a su lado con la misma expresión de extrañeza en su rostro que cuando la nave no despegó al acabar la cuenta atrás. Mira por la ventanilla, y no tiene la impresión de estar atravesando sistemas solares y galaxias, sino de plácidamente deslizarse entre planetas enormes que pasan ante sus ojos, de colores diferentes, rojos, azules, morados, eso sí todos redondos. Si nadie lo pregunta va tener que ser él, porque está a punto de reventar por culpa de no saberlo.

Pero nadie parece saberlo, o al menos nadie le responde. El único que parece haber reaccionado a su pregunta es Segismundo, que se quita el cinturón de seguridad con el que estaba atado a su silla, y se levanta de su sitio. Todo de una forma extraña, otro que parece no creerse lo que está pasando, todos sus gestos son despacio, como cerciorándose de que esa aceleración tan terrible realmente ya se ha acabado. Pero sigue en silencio, camina hasta los mandos de la nave, y allí empieza a hacer lo que ya le vio hacer antes de explotar la nave alienígena, empieza a tocar botones, tocar sobre una pantalla táctil enorme, e igual que en esa ocasión tampoco consigue entender que es lo que realmente hace. Pasan quizás minutos, minutos eternos, donde por culpa del nerviosismo todo lo que alcanza a hacer es mirar a Julia y por la ventana, a Julia y por la ventana, hasta que escucha la respuesta que ya intuía.

Entonces, siente como sus labios se despegan, la musculatura de su mandíbula se afloja, pierde tensión, es incapaz de mantener su boca cerrada, todo por culpa de esa sensación de no entender absolutamente nada de lo que ha pasado. Literalmente, por mucho que ya lo sabía, saber que ya habían llegado a su destino le ha dejado con la boca abierta.

Todavía se le abre más la boca, se le ha abierto tanto que empieza a ser doloroso.