Esta agotado, tanto, que ha encontrado sentido al dicho “me duelen hasta las pestañas”, porque a él ahora mismo le están doliendo y mucho. Tiene todo su cuerpo dolorido, da igual el gesto que haga porque al hacerlo se retuerce, ha pasado horas trabajando en el huerto como un animal siendo reducido a un simple objeto, no es más que la hoz con la que siegan, o la pala con la que remueven la tierra, si un día pues se rompe, otro vendrá y tomará su lugar. Sin embargo, lo peor no es eso, lo peor es el sentimiento de odio tan intenso que siente cuando está metido entre esa cuatro murallas, lo odia todo y a todos, porque todo está al revés de como debería ser, esclavos sumisos, amos maltratadores, un caldo de cultivo perfecto para desgraciar las futuras generaciones humanas, en las que unos nunca serán libres, y los otros nunca serán capaces de recuperar el sentido de decencia que los hace humanos. Ese castigo psicológico, supera con creces todo el dolor físico que siente, cada segundo allí metido siente que va a estallar en cualquier momento, sólo su instinto de supervivencia le impide hacerlo.
Menos mal que ya hace rato que se fue de allí, menos mal que ya es capaz de distinguir la luz del fuego de su campamento a lo lejos, menos mal que ya es inminente volver a sentir a Julia entre sus brazos, menos mal que la vida a vuelto a tener sentido, menos mal que por fin a perdido la sensación de estar encerrado en un manicomio en el que él es el único que no está loco. Conforme está llegando sus pasos son cada vez más cansados, los dolores más intensos, las humillaciones sufridas durante el día más presentes en su recuerdo, su organismo ya se siente liberado y está desmontando a paso forzado todas las barreras que había construido para frenarlos. Aun así aguanta, y sólo cuando por fin vuelve a sentir el calor del cuerpo de Julia se desmorona completamente, por fin ha llegado a casa. Lo estaban esperando como la última vez que llegó, todos alrededor de la hoguera para calentarse, mientras la cena en la misma hoguera acaba de cocinarse, y Julia está pendiente de su llegada. Otra vez fue ella la que se levantó rápidamente para recibirlo, y otra vez se dan un abrazo interminable que acaba terminando.

Lo mirar con cara rara, es una mezcla entre pena y miedo, hay un silencio sepulcral que se hizo con el ruido de sus palabras nada más que él apareció, lo único que se oye son los trozos de madera retorcerse en la lumbre y el sonido de algún ave nocturna celebrando que ha vuelto a reinar en la noche. Aunque nadie diga nada, sabe que todo el mundo está ansioso por escuchar sus palabras, lo mejor es no hacerles esperar, y en cuanto su culo toca tierra empieza a hablar.