Al menos, ha ido con la suficiente fuerza como para clavarse en él. Rápidamente al ver la falta de su puntería vuelve a cargar otra flecha en su arco, esta vez de forma mucho más precipitada que la vez anterior, apenas ni lo piensa, no le da tiempo casi ni a apuntar, cuando otra flecha ya está saliendo otra vez disparada de su arco. Viaja con la misma falta de puntería, lo sabe desde que la ve salir, pero antes de que siquiera tenga tiempo a llegar a su objetivo, éste desaparece. El alienígena a los pocos segundos de que la primera flecha se clavase en su pie, se ha convertido en una masa amorfa, en un helado derretido, en un trozo de chocolate que lleva un rato al sol, en un trozo de plastilina aplastada de la que lo único que queda con forma es la ropa que lo cubría, el arma que llevaba y las llaves con las que había encadenado a Julia y a Leonardo. Por eso la segunda flecha acaba perdiéndose en mitad de la maleza.
No puede creérselo, nunca ha sido un valiente, y para una vez que elige serlo la fortuna lo ha recompensado por ello. Se ha quedado petrificado, hasta que es capaz de reconocer los gritos de auxilio de Julia y Leonardo pasan algunos segundos, los que tarda en asimilar el resultado de su certero disparo. Al final sale corriendo hacía donde están ellos, saca las llaves que han quedado incrustadas en la masa pegajosa de lo que antes era un alienígena, las limpia un poco con su ropa y empieza a abrir las codenas que los ata. Primero quita las esposas que atan sus pies, y luego las que atan sus manos. En el instante que Julia vuelve a tenerlas libres otra vez, se lanza con sus brazos abiertos a por él que con una sonrisa de oreja a oreja la recibe. Pocas veces ha sentido lo que ahora siente con su abrazo, que rápidamente ha correspondido con otro, porque al final los gestos de cariño se acaban, muchas veces, convirtiendo en una rutina y las raras veces que son realmente sinceros se agradecen. Tras casi un minuto abrazados fuertemente, se separan.

El pobre jabalí yacía muerto justo al lado del alienígena cuando le llega el disparo que acaba con su vida, cuando mete sus manos en la masa viscosa que lo recubre está caliente, el alienígena no tiene sangre, o huesos, pero eso no le impide tener un cuerpo con una temperatura superior a la suya. Le da mucho asco hacer lo que está haciendo, y cuando por fin tirando con todas sus fuerzas lo saca arrastras de esa masa putrefacta, el jabalí ha perdido todo su aspecto apetitoso que tenía en su estado salvaje, aun después de haber sacado sigue recubierto de eso que antes era un extraterrestre, el liquido viscoso se le ha metido por la boca, la nariz, las orejas, tiene que contener las ganas de vomitar que le entran, ya no queda ni rastro de ese hambre que le asediaba, hasta sus tripas parecen haberse calmado sin necesidad de haberlas llenado con nada. 

Se limpia las manos con su ropa intentado deshacerse de los resto de pringue que las manchan, y su camisa queda manchada de una sustancia verde, que parece que no se va quitar nunca. Con una cara de asco que no es capaz de borrar de la expresión de su cara, mira como Leonardo hace lo que han venido a hacer, corta una rama de un árbol lo suficientemente gruesa como para aguantar el peso del jabalí, y lo ata a ella por sus patas y sus manos.

Le ayuda a cargarlo, a el le toca ir detrás de Leonardo que va marcando el camino, y la cara colgando del Jabalí que sigue goteando los restos del alienígena. Va tener que hacer durante todo el camino, un esfuerzo enorme para que su mirada no se cruce con ella.