Ha llegado el turno de la defensa, que el caprichoso azar ha querido que haya recaído en un abogado joven, muy joven. Es como si el destino supiese de antemano la poco necesidad de su defensa, y hubiera elegido más a un sparring que a un auténtico abogado. A simple vista a Evaristo le parece que es la primera vez que va a participar de abogado en un juicio, se lo nota en la forma de moverse, es sus gestos, está nervioso y cualquiera que lo mire más de tres segundos es capaz de notarlo. Cualquiera que no supiese que tanto la acusación como la defensa son elegidos en un sorteo público, hoy estaría convencido de que ha habido tongo y le han endiñado a la defensa el peor abogado que había en el turno de oficio. 
Durante su camino a donde está situado el jurado ha tropezado por culpa de los cordones de sus zapatos que hasta entonces estaban desabrochados, ya cualquier gesto que hace, desprende un aire cómico que no encaja con la atmósfera lúgubre que el juicio. Algunos incluso se atrevieron a reírse cuando lo vieron tropezar, Evaristo fue uno de ellos.Ya con los cordones abrochados, pero con el mismo nerviosismo con el que se levanto de su asiento por fin para su deambular por la sala, y de forma tímida pero resoluta empieza a dirigirse a sala:

Ha parado de hablar, se dirige de nuevo a su mesa, y sin sentarse bebe agua del vaso que estaba enfrente de donde estaba sentado. Y cuando acaba sigue.

Y como si fuera un nuevo hombre el abogado defensor se dirige de nuevo a su sitio, pero esta vez Evaristo se asombra de como todos sus gestos de nerviosismo han desaparecido, se han quedado en el discurso. Ha Evaristo le parece haber escuchado por primera vez algo desde que está en la sala que no le haya hecho sentir nausea, le parece que a alguien por fin se le ha ocurrido dotar de sentido a lo que está pasando.