“A pocos pasos de que los miembros del PML llegasen al cuartel de la Milicia se ha producido un tiroteo que ha terminado con la vida de dos miembros del PML. Por ahora no podemos confirmar la causa, pero se sospecha que ha sido un ciudadano enfadado que no ha aceptado los resultados de la votación que finalizó hace tres días y que tuvo como resultado la paz con el PML.


Los Milicianos que escoltaban a los miembros del PML han sido capaces de reducir al presunto asesino. Se trata de un varón de raza blanco, de 1´80 metros de altura, y complexión media. No podemos dar más datos del suceso hasta que la Milicia no haga pública más información sobre lo sucedido.”


Nada más acabar de leer la noticia a Evaristo se le viene a la cabeza el uniforme de la Milicia que tiene guardado en uno de los cajones de su armario. Hace semanas que no se lo pone, de hecho había días que tenía muy claro que no iba a volvérselo a poner. Pero hoy tiene la excusa perfecta para echar por tierra todo lo que ha trabajado para desvincularse de la Milicia, no se le ocurre nada mejor para enterarse de primera mano de que ha pasado y tampoco es que de forma definitiva y terminante haya dicho a nadie que sus días de miliciano estaban completamente acabados. 


Aparta el portátil completamente decidido y se dirige a su habitación, abre el armario, abre el cajón, mira el uniforme, se acuerda una vez más de las palabras premonitorias de Julia, y empieza a ponérselo. En menos de 10 minutos ya está preparado y sale por la puerta de la calle. El uniforme no es solo la forma de poder entrar en el cuartel de la Milicia y enterarse que ha pasado, sino también es la forma de poder caminar por la calle sin ser detenido por la Milicia por haberse saltado el toque de queda. La calles están desierta, los pocos milicianos que había custodiándolas deben de haber salido corriendo a ayudar durante el tiroteo, y la ciudad tiene una aspecto que Evaristo no recuerda haber visto antes, no hay un alma por la calle, y el único que se atreve a romper el silencio tétrico que inunda todo es el viento que susurra y mueve aquello que se encuentra a su paso.


No sólo no pensaba que sus días de miliciano habían acabado, sino también que no volvería a ver al Martillo, para él su despedida fue el día en que se vieron por última vez en su despacho y Evaristo hizo pública la votación por la paz. Pero sus pasos no han tardado mucho en llevarle hasta la puerta de la Milicia, donde hay un reguero de sangre que sirve como prueba de lo que hace poco ha sucedido. La puerta está abierta como de costumbre y al abrirla ve como la sangre continua por todo su interior. Decide que si de verdad quiere enterarse de que ha pasado, lo mejor es que la siga, y sigue las gotas de sangre como Pulgarcito siguió las migas de pan para no perderse y llegar a casa. La sangre lo dirigen por los pasillos del cuartel de la Milicia hasta que pasados unos cuantos pasillos y torcidas unas cuantas esquinas, encuentra más pruebas de actividad humana, son voces que se escuchan a lo lejos y que conforme más y más se acerca a ellas gracias al reguero de sangre, más puede distinguir que dicen. Sabe que no les va hacer ninguna gracia verlo después de tanto tiempo sin aparece por allí, pero está dispuesto a correr e riesgo con tal de saciar su curiosidad. 
Pronto llega a una habitación, donde de nuevo se pierde el reguero de sangre y de forma clara puede distinguir las voces de las personas que están al otro lado, y hay una que sobre todo le resulta familiar, no tiene ninguna duda de que una de las personas que está hablando es el Martillo. Cierra su puño y golpea la puerta con el de forma suave, “toc, toc”, las voces hacen lo mismo que hizo el resto de sangre y se apaga, ya no oye nada de lo que está pasando al otro lado. No pasan muchos segundos para que le abran la puerta. Quien la abre es un miliciano con el que está seguro comparte quinta, es tan joven joven como él, y tras mirarse mutuamente los ojos, enseguida le pregunta quien es.

Y el joven miliciano hace lo que le han dicho, cierra la puerta y vuelve al interior de donde estaba. Evaristo al poco puede distinguir de nuevo la inconfundible voz del Martillo, el abuso del tabaco está dejando su sello en ella, es ronca, carraspea. Cuando Evaristo vuelve a ver al joven miliciano, éste a diferencia de la vez anterior aparece ante la puerta con una sonrisa.

El Martillo lo está esperando en la habitación también con otra sonrisa, pero en ella Evaristo puede distinguir la luz del sarcasmo a una legua. Se prepara para lo que va a ser una envestida del Martillo, hay varios motivos por los que teme ser atacado pero sobre todo hay dos que le preocupan, por no ir a la Milicia en mucho tiempo y hoy aparecer de repente, y porque para algunos la situación caótica que hoy se ha tenido que vivir será su culpa.