“Tras el resultado favorable de la propuesta por la paz en la votación que terminó ayer, el PML renuncia a continuar con su resistencia armada. Nos vemos obligados a cumplir el trato, al igual que esperamos que vosotros también os sentáis obligados a cumplir con vuestra parte.


Emprendemos hoy la marcha hacia la ciudad, tardaremos aproximadamente dos días más en llegar. Hemos pensado que lo mejor será entregar las armas antes de que entremos, por eso os invitamos a que nos recibáis en el camino de acceso a la ciudad poco antes de que lleguemos.”


Y cuando Evaristo acaba de leerla dirige de nuevo su mirada al Martillo, sin que pueda evitar que una sonrisa se le escape y aparezca en su rostro. Ve como el Martillo deja de prestarle toda la atención que le había prestado hasta entonces y conforme acaba de leer se dispone a encenderse un cigarro, a él también se le escapa una sonrisa pero Evaristo sabe perfectamente que no significan lo mismo, mientras la suya era producto del alivio de la tensión acumulada al no saber que contestar al Martillo, la del Martillo tenía un tono escéptico, como si se riese de su ingenuidad. Evaristo decide que lo mejor es dejarse de sonrisas que hay que saber interpretar y volver a las palabras para romper el incomodo silencio, llegar a un rápido a cuerdo, y por fin salir del despacho para dedicarse a hacer algo productivo.

Evaristo se despide en tono frío y siente como el Martillo le paga con la misma moneda. Sabe que desde hace tiempo apenas va por la Milicia y que sus contactos secretos con el PML lo impregnan con un aura de desconfianza por todos aquellos que no querían la paz con el PML. De todas formas, ya ha acabado de hacer todo lo que tenía que hacer y decide ir al parque que se ve desde la ventana del Martillo, ese que tiene como nombre fecha tan propicia para el caso, a hacer algo de deporte. Todavía no se ha acabado la mañana.


El parque esta lleno de los llamados domingueros, incluso cuando hoy no es domingo. Su césped está siendo aprovechado para tumbarse, sentarse y charlar, comer, jugar, se ha convertido en el sitio perfecto para que todos los habitantes de la ciudad desconecten de sus problemas diarios. Evaristo en cambio no ha venido a descansar, ha venido a correr. Y sin pensarlo dos veces empieza a hacer eso a lo que ha venido, disfrutando del parque.


Hasta que acaba agotado, y conforme recupera el aliento distingue a lo lejos un grupo grande de gente, no puede creer lo que están viendo sus ojos. O lo que parece que están viendo. Todavía recuperándose del esfuerzo y con paso cansino por culpa de la debilidad en sus piernas decide acercarse para comprobar si lo que piensa que es, en realidad lo es. Y efectivamente, son el grupo de ancianos y niños que estaban presos en el cuartel de la Milicia, ha reconocido el inconfundible rostro de Genaro entre el grupo, no puede resistirse a acercarse y saludarlo.

Evaristo se marcha confundido. Lo que parece que debía ser un día feliz, en cambio parece quedarse en una incertidumbre, en una felicidad a medias que no parece convencer a ninguna de las partes. Para él la cara, y la actitud que esconden, del Martillo y de Genaro comparten rasgos tan similares que expresan perfectamente porque ambos bandos llevan enfrentados tantos años. 
Caminando a casa sopesa la transcendencia del momento, histórico, que está viviendo y del que él es uno de los principales culpables, junto con el resto del 53% del 80% que ha votado que Sí. El problema más importante que ahora ve, es que nadie va a poder impedir ni que el nieto siga queriendo a su abuelo, ni viceversa, ni que ambos en vez de llamarse por su nombre se llamen por sus apelativos familiares, pero en realidad no es capaz de encontrarle ninguna grave consecuencia que impida una convivencia pacífica, siempre y cuando esto no provoque una añoranza por el pasado. En cuestión de unos años, tampoco habrá “hijos”, ni “nietos” en el bando del PML. Es uno de los precios que hay que pagar por ser libre, pierdes tu familia genética para pasar a formar parte de la gran familia del mundo, donde todos son hijos de sus mayores, y nietos de sus ancianos. Cuando llegue a casa tiene pensado releer algún pasaje de la República de Platon, libro obligatorio en el colegio, y de donde la Gran Revolución obtuvo la idea de acabar con las familias tradicionales.