Y por fin llegó el día de la boda. Segismundo esta vez si que ha dormido como un tronco, e Isabel por lo que parece también. Se han levantado llenos de energía, han compartido un sueño reparador fruto de la larga carrera de ayer y porque no decirlo, de la más de una hora en que se entretuvieron el uno con el otro antes de irse a dormir. El sol entra por la ventana y hace que brille las motas de polvo que hay suspendidas dentro de la habitación, Segismundo lleva rato con los ojos abiertos observándolas, como bailan, como son reveladas por los rayos de luz que atraviesan los agujeros de la persiana entreabierta, son poco más de las 10 y se debate entre despertar a Isabel o dejarla otros cinco minutos durmiendo, ese es lo que lleva haciendo desde que no hace mucho abriera los ojos. Observa a Isabel intrigado por su belleza, esa verruga que afeaba su rostro y que atraía todo la atención, al ser extirpada se ha depurado un rostro que ya era bello, sus ojos claros, su tez blanca, sus pómulos resultados, la voluptuosos labios, todo el conjunto invitan a no apartar la mirada de ella. Hoy no es el día más feliz de su vida por poco, Isabel es la chica perfecta para un 99,99% de los hombres, pero no para Segismundo, en su desdicha odia y quiere a Julia a partes iguales, es un cautivo voluntario de su amor por ella, pero no puede evitar pensar que sería más feliz si nunca la hubiera conocido, para luego darse cuenta que sin ella no se separaría mucho más de un animal cuadrúpedo sólo porque habla y anda erguido, quererla es una señal de que piensa, está vivo, es inteligente, domina a sus más fuertes instintos, es el triunfo de la razón, demuestra que elige como símbolo de un ser libre, eso es lo que hace seguir queriéndola, y que ese aparente odio que no es más que una muestra de la impaciencia por tenerla, siempre acabe en un segundo plano, salvo raros momentos como el de ahora, siempre sea inexistente.
Al final no le queda otra opción que despertarla, por mucho que él también esté disfrutando del calor y suavidad de las sabanas y de mirarla en su respiración rítmica y despreocupada, tiene que despertarla. Ahora el interrogante es como hacerlo, y se decide por deslumbras del todo esas motas de polvo que flotan, hacerlas invisibles, subiendo del todo la persiana, el ruido del movimiento acompañado del torrente de luz, seguro que la hacen despertarse. Se levanta despacio e igual de despacio sube la persiana, inevitablemente haciendo el ruido que produce su peso y el material plástico del que están hechas al enrollarse, entrando a la vez la claridad de un día espléndido. De forma aparentemente mágica Isabel empieza a moverse, sus ojos se abren, se estira levemente, y mira a Segismundo con una sonrisa de oreja a oreja, ella es completamente feliz, su elección concuerda perfectamente con lo que tiene delante de los ojos. Lo primero que hace es preguntarle a Segismundo la hora, y Segismundo le dice que ya son más de las 10, y que tenía que despertarla o iban a llegar tarde a su propia boda. Isabel se ríe, nuevamente símbolo de felicidad, y apartando las sabanas deja ver su cuerpo semi desnudo para luego lanzarse a darle un beso a Segismundo e invitarlo a darse una ducha con ella.
La ducha quedará un largo tiempo en el recuerdo de Segismundo, ha sido épica, menos mal que han dejado toda la ropa preparada encima del sofá del salón, pudiera parecer una tontería, pero cuando la pareja sale enrollada en sus respectivas toallas y la ve ordenadamente exhibida ante sus ojos les hace respirar tranquilos al tener la sensación de que ninguno de los dos tendrá la angustia que resulta de no encontrar algo extremadamente necesario en el último momento. Empiezan a vestirse cada uno por su parte, Segismundo sin poder evitar decirle a Isabel que no remoloné que van con la hora justa, a lo que Isabel de forma sarcástica le responde que si no ha salido de la ducha antes ha sido por su culpa. Segismundo en 5 minutos está listo, el resto del tiempo lo pasa mirando como Isabel se prepara, hasta que Isabel va de nuevo al baño a maquillarse y peinarse, y Segismundo la pierde de vista por al menos media hora, durante la cual se intercambian frases de “venga que llegamos tarde” provenientes de Segismundo y de “ya va, ya va” que vienen de los labios de Isabel. Ha costado, pero para las 12, están ya listos, y todavía les queda una hora para llegar al ayuntamiento donde van a casarse. El espacio que los separa entre el albergue y el ayuntamiento deciden recorrerlo caminando, es la mejor forma de gastar la hora que tienen de margen y disfrutar del día perfecto que el tiempo y la suerte les ha preparado. Ya en la calle la pareja inevitablemente atrae la mirada de aquellos con los que se cruzan, es el resultado del efecto que ya pensaron tendrían cuando se vieron juntos delante del espejo antes de salir por la puerta, y antes cuando se probaron su ropa nueva el día que la compraron. Esa sensación de sentirse observados y envidiados les hace sentir más la importancia y lo efímero del momento, saben que deben disfrutar cada segundo, porque será irrepetible. Se entretienen mientras caminan en mirar su entorno, disfrutar las nubes, los pájaros, los arboles, la belleza de los edificios que los rodean, ninguno de los dos se habla como tratando de evitar que se rompa el hechizo y felicidad del momento, con ir juntos de la mano les basta para saber que no van solos, para sentirse presentes en el ser del otro sin necesidad de su mirada. Cuando por fin llegan al ayuntamiento tienen la sensación de que están delante de su destino, no es un mero edificio, no es lo que la vida les tenía desde hace tiempo preparado. Un cosquilleo invade el cuerpo de ambos por igual como si sus manos fuese el hilo conductor de esa sensación.
Al entrar al ayuntamiento, el cosquilleo se intensifica, conforme se acercan al salón donde tendrá lugar la ceremonia, se sientan en los sillones que hay al lado de la puerta de entrada, inexplicablemente siguen sin hablarse. Hasta que pasado un rato, Isabel le recrimina, muy levemente, a Segismundo sus prisas, a lo que él no responde. Poco después, sale una pareja acompañada de unos veinte invitados del salón, todos llenos de júbilo, más que hablando y llenando todo de ruido, ambos piensas que son todo lo opuesto a ellos. Tal y como les indicaron, siguen esperando pacientes en su sitio, hasta que ni pasados cinco minutos una chica sale e inevitablemente los invita a pasar. Pasan, y la misma chica, sorprendida, les pregunta si vienen solos, Isabel responde que sí, Segismundo está tan nervioso que calla. La pareja se sitúa delante del funcionario que oficiará la ceremonia, nos le hace falta cogerse de la mano, no se la han soltado desde que salieron de casa, escuchan los votos matrimoniales, y cuando acaban se dan un beso que sella su alianza de forma moral, justo después sellan los papeles que los enlazan jurídicamente, afortunadamente para Segismundo han elegido sociedad de gananciales.