La nave está cada vez más cerca, los disparos cada vez son más frecuentes y los gritos de espera cada vez se hacen más intensos, apenas le queda unos metros para llegar a ella, cuando ve como Julia cambia súbitamente de rumbo hacía uno de los laterales del hangar donde está guardada la nave, siente un impulso irresistible de seguirla, pero es más fuerte el de cumplir sus órdenes.

Llega el primero a la puerta la nave, que está abierta, exactamente igual de abierta que cuando entró con Julia a avisar a la Tierra de lo que había pasado en la estación espacial. E inevitablemente se detiene, las piernas le arden, la falta de oxígeno por culpa del esfuerzo le impide pensar con toda la claridad que necesita, se para a observar como un espectador de lujo la escalofriante imagen de su huida. Los doce que han liberado también corren con todas sus fuerzas, apenas unos segundos los separan unos de otros, que no son más que la muestra de la diferencia de forma física entre los que huyen. Detrás de ellos, a pocos metros se acercan a una velocidad diabólica los alienígenas que gracias a sus cuatro piernas son más rápidos que el más veloz de los humanos. Se da cuenta de que es imposible que hayan fallado todos los disparos, si no han acertado es porque no han querido. Lo demás lo invierte en mirar a Julia, que ya ha acabado de hacer lo que sea que se hubiese parado a hacer y cierra el grupo. Todo esto pasa en apenas un instante, porque en seguida llega el primero de los liberados, luego el segundo, y así sucesivamente hasta que sólo falta Julia, que llega la última pisándole sus talones los alienígenas.
Tras que ella llegue cierra corriendo la puerta, es una puerta gruesa, que está diseñada para evitar cualquier fuga de aire, para resistir impactos de objetos espaciales, la nave espacial es una auténtica caja fuerte a prueba de bombas, por primera vez desde que salió de su habitación vuelve a respirar tranquilo al ser consciente de que la humanidad por fin había conseguido fabricar la nave espacial, con las mismas características de resistencia que antes fabricaban las cajas negras. Al volverla a tener cerca, como siempre le pasa, vuelve a sonreír, aunque le dura poco, Julia no se para como él a coger aire, sale corriendo como una bala hacía la cabina de pilotaje de la nave, cree que ha llegado el momento de despegar. Él hace lo mismo.
Gotas de sudor recorren su cuerpo, el sufrimiento se refleja en su rostro, pero eso no la ha hecho perder ni una pizca de habilidad en sus manos, pronto empieza a sentir como la nave vibra, los motores se escuchan rugir cada vez más fuerte. Julia está haciendo despegar la nave. Esta vez no hay cuenta atrás, lo único que hay es unas ganas horribles que la nave despegue cuanto antes, y eso pasa cuando Julia aprieta un botón que se acaba de iluminar de color rojo. 
La nave despega con la misma fuerza con la que salió de la Tierra, en milésimas de segundo, apenas perceptible para la visión del ojo humano, están encima de la atmósfera artificial de cristal que inconcebiblemente igual de rápido se abre y se cierra a su paso, él ya estaba cerrando los ojos como signo inminente del impacto. Aunque parezca increíble, van de camino a casa.
Cuando Julia deja de pulsar botones y los mandos de pilotaje, no puede resistir la necesidad de cogerle de la mano. La mira y se levanta para poderle dar un abrazo, Julia le contesta levantándose para dárselo. Hace tiempo que ese gesto ha aprendido a percibirlo como algo normal, corriente, pero cosas como las que han pasado hoy, vuelven a dotarlo como el apelativo de ser la cosa más importante del mundo. Ha estado tan cerca de perderla a ella y a sus abrazos, que va a pasar un largo tiempo hasta que se atreva otra vez a soltarla.
Se ve obligado a hacerlo, cuando uno de los doce liberados entre en la cabina y escucha como les dice.

Ahora lo que se le escapa no es una sonrisa, no tiene nada que ver con tener a Julia cerca, lo que se le escapa es risa, que quiere convertirse en carcajada, y que al final lo hace, contagiando a Julia y al astronauta que con gesto serio había ido a quejarse. 
Lo que ahora les queda, son las mismas 24 h. que invirtieron en ir a Marte. Sentado por fin relajado junto a ella, tiene la oportunidad de preguntar por todo lo que pasado esa noche, se muere por saber de donde sacó la tarjeta, como se le ocurrió escaparse esa noche, o como sabía donde estaban secuestrados los astronautas. 
– Evaristo: Julia, que callado lo tenías todo.