Julia sigue sin apenas hablarle, ni siquiera en la cena, donde todo el mundo se relaja e intercambia comentarios sobre la dureza del día, ha sido capaz de arrancarle más de tres palabras. Ha seguido encerrada en ella misma, tampoco le ha vuelto a enseñar la misteriosa tarjeta que durante la comida llevaba en el bolsillo. Ha llegado el momento de apagar la luz de la habitación, y no sabe si antes atreverse a preguntarle que le pasa. Al final decide que no le hace falta, con que pueda sentir el calor de su cuerpo en la cama le basta. Apaga la luz y se mete en la cama, esa cama de apenas un metro de anchura que acertadamente les impide separarse un centímetro el uno del otro. Cierra los ojos mientras espera que Julia llegue, ella siempre es la última, mientras tanto cuenta ovejas, una, dos, tres…aburrido porque sin ella no sabe que hacer en la cama. Pero llega a las 100 y todavía no ha llegado, ¿dónde está Julia? se pregunta a la vez que abre los ojos y empieza a buscarla con la mirada. Y por lo que puede ver Julia no se está preparando para meterse con él en la cama, Julia se está abrochando sus botas.

No obstante su cara de asombro al verla, y la clara entonación de sorpresa con las que ha marcado cada una de las palabras que su voz a emitido, Julia, sigue abrochándose sus botas, sigue sin hacerle caso.

Para cuando ha vuelto a hablar Julia ya se ha abrochado sus botas, y está vez si que le hace caso. Agarra las suyas y se las tira al lado de la cama donde está sentado. Eso sólo puede significar una cosa, que se las ponga, pero ¿a dónde querrá ir a estás horas? y más cuando sabe que los alienígenas han impuesto toque de queda y después de la cena les tienen prohibido salir de las habitaciones. Da igual, si Julia se las pone, lo mejor que puede hacer es también él ponérselas, o la habitación que ahora se le queda pequeña en cuanto ella se marche se le va a convertir en un espacio inmenso en el que se va a sentir muy solo. Se pone las botas agradecido de que ya que no le habla, al menos se las haya lanzado y cuando las tiene puestas espera de nuevo recibir ordenes, que pronto llegan en forma de gestos. Julia le mira mientras gesticula, primero se lleva su dedo indice a los labios a la vez que escucha un leve “shhh” salir de ellos, eso significa que quiere que se calle, y luego empieza a decirle con movimientos de sus brazos y manos que la siga. 
Julia empieza abrir despacio la puerta de la habitación, momento en que su cuerpo percibe la inminencia del peligro que ese gesto significa y lo transmite en forma de respiración y pulsaciones desbocadas. Ella sale, y tras ella él, que como una sombra camina detrás de sus pasos. No sabe a donde van, pero si Julia no se lo ha contado es porque no quiere que Gustavo se entere, lo que le recuerda que eso no hace falta para que se entere, porque Gustavo también tiene ojos. Pero da igual, eso ya lo sabía cuando salió por la puerta, y cuando ponderó lo grande que se le iba a hacer la habitación. La mayoría de los alienígenas que están también en la estación están dormidos, por eso dejan centinelas armados patrullando la estación espacial, aunque ante la actitud sumisa de los terrícolas a los que están coaccionando, con pocos de momento les basta para sentirse seguros. Lo sabe, y cruza los dedos, para que ni él ni Julia se crucen con ninguno.
No han caminado mucho, cuando Julia se para, saca una piedra del bolsillo y la lanza hacía el otro lado de una esquina donde él no puede ver nada. Al poco ve como Julia se asoma, y sale corriendo en dirección hacía donde había tirado la roca. Él sale detrás de ella como una bala, algo le dice que han llegado a su destino. Son apenas unos metros, unos segundos, cuando llegan a una puerta delante de la que Julia se para, para luego rápidamente sacar la tarjeta que le enseñó a la hora de la comida y pasándola por un detector abrirla. Ella paso primero, él sigue siendo su sombra. Donde han llegado es oscuro, no hay ni siquiera la ayuda de una Luna que ilumine la noche, Julia viene preparada y saca un mechero del bolsillo que nada más ilumina algunos pasos de distancia, el resto de lo que produce son sombras, y un escalofrío que le recorre todo el cuerpo al verlas. Juntos, sin separarse ni un centímetro caminan despacio a la vez que desvelan con cada uno de sus pasos algo nuevo de la habitación, hay estanterías con comida, cajas de pastillas, Julia acerca el mechero y en ellas se puede leer “hormonas de crecimiento”, “pastillas para el sueño”, “anticuagulantes”. Poco a poco el silencio de la habitación se empieza a transformar en un murmullo, luego en un quejido, y cuando lo que escuchan es claramente sollozos provenientes de una garganta humana, la luz tenue del mechero les ilumina la pieza del puzzle que les faltaba para resolverlo. Delante de sus ojos tienen una jaula donde los alienígenas han metido a todos los humanos que se rindieron durante las jornadas extenuantes de la mina. Están atados, de pies y manos, amordazados, rodeados de restos de comida, y sucios muy sucios. Si no fuera porque tienen forma de humano, y algunos hasta caras familiares, se pensaría que está en una de las granjas de gallinas o ganado que había antes de la Gran Revolución. Si su instinto no le falla, los están manteniendo vivos con un solo propósito, comérselos. Su cabeza le da vueltas, ¿qué van hacer ahora con ellos? y lo que es peor, ¿qué van hacer ahora con lo que saben que están haciendo con ellos?