El Martillo parece tener la mirada fija en algo, no la ha apartado de la ventana ni siquiera un instante desde que Evaristo acabara de hablar, quien observa como el Martillo parece haberse olvidado completamente del problema de la ceniza con su cigarro, ahora le da caladas que lo consumen mientras la ceniza cae al suelo sin que a nadie parezca importarle. Evaristo no se atreve a volver a decirle nada, prefiere esperar a que sea el Martillo el que tenga algo que decir. Pasan largos minutos que a Evaristo le parecen horas cuando el Martillo por fin decide contestarle, como si el fin de su cigarro fuese el límite de tiempo que se hubiera puesto el Martillo para contestar, porque lo único que queda de él cuando el Martillo deja de mirar por la ventana es el filtro donde la llama que lo consumía se ha detenido.

Evaristo sabe que es una trampa, diga lo que diga va a ser una respuesta incorrecta, porque no puede quitarle importancia a la muerte de los 20 milicianos, a la vez que tampoco puede desdecirse de la necesidad de encontrar una solución pacífica a la lucha armada con el PML. Tiene la sensación de estar metido en un callejón sin salida, o como cuando le quitas a una granada la anilla y la tienes pegada a las manos, sabes que va explotar, lo que se materializa en la mirada inquisitiva del Martillo que no le aparta, otra vez, la mirada de los ojos, Evaristo echa de menos esos momentos de calma en que la conversación se paró para que el Martillo mirara por la ventana. Decide que lo mejor es cortarse la mano para soltar la granada, al menos si lo consigue seguirá vivo, mientras que si se calla, todo él quedará hecho pedazos.

En ese momento Evaristo se imagina corriendo a una trinchera, donde espera temeroso que la granada explote. Y finalmente explota.

Ha Evaristo se le ha iluminado la cara, no se esperaba una decisión así por parte del Martillo. Después de todo, se nota que comparte las ideas de la Revolución, aunque la Milicia lo haya brutalizado.